jueves, 17 de mayo de 2012

Respiro contenido



Hace frío en esta pieza.
mi madre no tiene dinero
para calefacción,
y me dice que le pida
a la pareja de mi padre.

Bizantina discusión fue trenzada
con la muñeca de porcelana,
que en su intransigencia
aplastó todos mis recuerdos
de la figura del noble caballero,
al cual en su avaricia quiso monopolizarlo,
desdeñando los afectos sinceros
de la fiel corte.

Y mi padre se debate
entre la vida y la muerte
en una cama de hospital,
y en sus esfuerzos por respirar
ríe en silencio,
ante la candidez de mi
doncella triste,
quien se asombra, con
curiosidad de niña,
de los tubos que amordazan
las ventanas de aire
de mi progenitor.

El río está revuelto
y los insidiosos demonios
intangibles
se disfrazan de pescadores
humildes
para cosechar
su indigna ganancia,
intentando seducirme
a través de los
bufones electrónicos de Griffero,
sembrando engaños y artificios
en envoltorios baratos
de filantropía desinteresada.

No, ellos no cesarán
en sus intentos de tirar
los hilos de mi conciencia,
para convertirme
en un juguete servil
de sus obscenos caprichos.

Y mientras tanto
mi padre respira con dificultad.
Y mientras tanto
la doncella triste
se esfuerza por consolar
mi desasosiego.

“La experiencia no es traspasable”,
comentábamos con Viviana,
sabia frase que,
sin duda, ellos no entienden.
Tampoco son traspasables
mis sentimientos filiales,
ni mi cariño dulce por mi doncella,
menos aún el horror del claustro,
donde la razón
confabuló con el absurdo
para torturar el anhelo de vida.

Mi historia se yergue larga e irregular,
como la geografía de Chile,
y yo en vano intento zurcirla
con el sentido de palabras
desafinadas,
que continúo garabateando
en el papel.

Pero pese a todo
mi convicción se refuerza;
sólo la soberbia de un hombre
que alcanzó la cima del mundo,
pero que su espíritu yace
en las profundidades de los infiernos,
es capaz de concebir mi vida,
(aunque jamás le sea posible de entender),
como un lógico crucigrama
donde él escriba las letras
de su poder,
en nombre de mi bienestar.

En cambio yo,
humilde marioneta
de carne y hueso,
aspiro a cortar los hilos
de su potestad ilegítima.

Sólo aspiro a que se me respete
la natural soberanía de mi historia;
la cual él está a kilómetros
de comprender.

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