sábado, 26 de mayo de 2012

El anhelo en tus ojos



A Anais Navarro

Niña que juegas atolondradamente
en una corrida incesante
a través de un espiral de ausencia,
tu vigor y desenfado lúdico
es una flor exótica,
que surge en la raíz
del anhelo de una mano cálida
que guíe tus pasos
de mujer pequeña.

Y entre tantos colores y líneas libres
que plasmas en papeles olvidados,
se reconoce la melancolía
de la partida del hombre
que no escuchó tus
primeras palabras.
En la cascada de incontenible
caudal de vocablos
que construyen seres imaginarios
en circunstancias cotidianas,
se alcanza a ver el gigante
que no te cobijó en un abrazo
cuando lloraste por temor
a la oscuridad.
En los ríos de orina
que manchan las sábanas
donde descansas,
se dibuja el deseo
de un árbol robusto,
que crezca a la orilla
del sendero que conduzca
a tu felicidad,
y por eso rompes en llanto
cada vez que beso tus cabellos
prometiéndote regresar
a ser parte de tus juegos.

Yo quiero ser el adulto
que te dibuje un cordero,
cuando tu soledad
te acongoje perdida
en el desierto.
Yo quiero ser el rostro
reflejado en tus ojos
que sonría,
al verte escribir
con tu propia mano.
Quiero ver tu cuerpo
convertirse en mujer.

Mi vida tendría sentido
si mis manos
sostuvieran
cariñosamente tus hombros
cuando encuentres al hombre
que cuidará de ti
en salud y enfermedad.
Mi paso por este mundo
sería justificado
si mis brazos
contuvieran tu llanto
de niña olvidada,
hasta que una sonrisa
floreciera en tu semblante,
que día a día asciende
más hacia el cielo.
Entonces mi sangre
recorrería tus venas,
y tú te reconocerías
como mi descendencia.

Desde lo más profundo
de mi corazón,
perdona si el destino mezquino
tiene preparados
otros planes para nosotros.
Si así fuera, te regalo
estas palabras como testimonio
de la sinceridad del cariño
con el que cubrí los juegos
de tu infancia.

Recuérdame como el hombre
sereno y amable
que compartió
tu mundo interior
de esos años junto a tu madre.

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