miércoles, 13 de febrero de 2013

Las oscuras hebras del poder



La décima aventura policial de Ramón Díaz Eterovic nos sumerge en una sucesión de hechos, aparentemente inconexos, cargados de reflexiones sociales, de humor y suspenso, donde los personajes se desenvuelven en una oscura y corrupta telaraña que se teje en instituciones estatales y políticas. En A la sombra del dinero, Heredia investiga acompañado de una atractiva mujer el homicidio de un funcionario público, presionado por misteriosos poderes

Heredia transita de su inhóspito departamento del barrio Mapocho hacia bares, cabarets y centros comerciales, algunos siendo fachadas de oscuros negocios. Se inmiscuye en el establishment de los funcionarios públicos, donde la caracterización del autor es tan minuciosa que se recrean hasta sentimientos personales de los investigados. Incluso hay un capítulo dedicado a la rutina de un orate que se proclama un ángel de tres alas y vive refugiado, al alero de una fuente, de las persecuciones de los agentes de la represión que coartan su libertad.

Díaz Eterovic logra un preciso retrato de Heredia, como un tipo solitario, escéptico y melancólico, desencantado del porvenir sin proyectarse hacia el futuro, con vicisitudes y placeres según la circunstancia. Perfil que se mezcla con sucesos cotidianos de la urbe, breves y fragmentados, que sirven de ensamblaje para la trama policial. Como contrapunto a su vida, persiste la presencia del gato Simenon, un felino parlanchín que logra las reflexiones más agudas en la conciencia del protagonista, generando una dinámica a la narración que es más atractiva que un simple monólogo interior.

Respecto de los personajes secundarios, la sensación no es del todo satisfactoria. Hay una construcción descuidada de sus caracteres. No alcanzan a ser creaciones con vida propia que desprendan un móvil de conducta independiente, sino una mera articulación de las acciones ególatras de Heredia. El propio autor lo justifica: “La soledad de Heredia es el aislamiento de quien no quiere ni puede compartir los falsos valores que hoy mueven nuestra sociedad: la competencia, el individualismo, el exitismo. Es un personaje que prefiere vivir en los márgenes y de ahí, en la medida de sus posibilidades, actuar para establecer su sentido justiciero, para buscar verdades que se ocultan. Y como esta postura vital es difícil de compartir, suele quedarse solo, como tanta gente que hoy, para no ser parte del circo y la banalidad, ha optado por la soledad e independencia”.

Con breves descripciones del paisaje, diálogos lacónicos y significativos y un encauzamiento de la acción dramática, el autor maneja con habilidad el suspenso del desenlace y los ritmos dramáticos. Su personaje Heredia desembrolla una madeja de relaciones entre delincuentes y sus contactos hasta dejar el misterio en un punto muerto. La intriga policial queda irresoluta y es necesario investigar por sobre las esferas criminales, llegar a los hilos del poder, a los mundos institucionales que representan.

En el trasfondo de A la sombra del dinero, Ramón Díaz Eterovic profundiza en la sociedad de las apariencias, el engaño soterrado tras el cual se oculta la dignidad del esfuerzo y la nobleza, en una ciudad de vicios y corrupción ética, donde los rostros honorables son una careta del descalabro conductual de la especie humana. En suma: una crítica a la sociedad de consumo, a la existencia del ciudadano editorializada por los medios masivos, al vacío axiológico supeditado a la subsistencia y al anhelo de una vida acomodada, soslayando los fundamentos morales para alcanzarla. 

Santiago, primer semestre de 2005

domingo, 10 de febrero de 2013

Reclusión diurna



El movimiento de la luz es tan tenue,
apenas perceptible, y sólo una
tibia sensación cala en mi retina
gracias al contraste de este silencio dominical
que se extiende como telón de fondo.

Por la ventana de mi dormitorio
se ve el muro divisorio del edificio vecino,
y más atrás una alta edificación moderna,
recientemente construida,
y cuyos trabajos de albañilería trajeron
más de un estrago a nuestro hogar.

Los ratones se apoderaron
de nuestro departamento,
y durante el día jugábamos a la caza.
Por las noches nos atrincherábamos
con las ventanas cerradas,
y el calor sofocaba nuestros sueños.

Hay poco movimiento esta tarde;
tan sólo las rutinas de las tareas domésticas:
lavar los platos, cambiar la bolsa de basura,
encender luces al atardecer,
mojarse la cara para sentirse vivo.

Todo a un ritmo cansino,
alternando la lectura de un libro
de ensayos de Zambra y la revista
periódica de las redes sociales
en el computador.

Y cada breves instantes los pensamientos
se hacen humo a medida que los expulso
de mi boca, con cada bocanada
de  mi cigarrillo.

He sabido de ti, sin embargo.
Que convenciste a tu novio de que
siguiera una psicoterapia
por su alcoholismo;
que tu hija se divierte en el
puerto de Valparaíso junto a su padre;
que tu familia reposa en paz bucólica
este día de ocio.

Y a pesar de todo a mí me sobra
el tiempo. Mis deberes académicos
están en una pausa estival,
los quehaceres del hogar están cumplidos,
la vida social un tanto postergada,
y el futuro me mira incrédulo.
Ya se cansó de conjeturar
sobre mis acciones a seguir.

No quiero salir a la calle
a ver a los automóviles inmóviles,
a las aves hastiadas de trinar,
a los jubilados en la plaza
mendigar migajas de pan.

Hubo otro tiempo lleno de promesas,
de hilarantes y enriquecedores destinos,
y mi ansiedad se suspendía en la espera.

Es hora de prepararme la once,
de tostar una marraqueta
y beber una taza de leche.
No sé qué alimentos ingeriré mañana
ni al día siguiente de mañana.
Tampoco estoy seguro si ahora desearía
probar aquel estupendo banquete
que me prometieran años atrás.

martes, 5 de febrero de 2013

Desalojo



El Minotauro cerró, por fuera, la Casa Tomada por los okupas.

Cuento presentado al concurso literario Santiago en 100 Palabras 2012