jueves, 28 de junio de 2012

Afírmate, Anais



A Anais Navarro

El título alude al nombre
de una columna
del periodista Francisco Mouat,
en la cual le deseaba buena suerte,
y le sugería sostenerse fuerte
ante los vaivenes de la vida,
a su hermana menor,
a días de casarse.

Anais, como sabrán,
es la hija de Viviana,
mi ex polola,
y hoy amiga fraterna.
Es curioso que sienta
un lazo emocional por Anais,
pese a no ser el padre biológico,
ni ser ella una
responsabilidad personal,
pero a lo largo de estos cinco años
que la conozco,
la he visto crecer y madurar.

Anais, pequeña niña
efusiva y traviesa,
conozco de tus dolores y carencias,
de tus anhelos insatisfechos
y de tu capacidad de amar.

No soy el hombre
más experimentado en la vida,
pero no me hace falta para prever
que te quedan años difíciles
por delante.

Me gustaría protegerte
y estar siempre a tu lado,
pero ya no me corresponde.

Sé de tus fortalezas e inteligencia,
por lo cual confío que estarás bien.

Espero que no me olvides.

lunes, 25 de junio de 2012

El velero en la botella



Reflejada en la mirada
taciturna
estaban las ruinas
de la ciudad vigorosa,
ahora polvo
como único testigo
del orgullo
que circulaba por las venas
de los habitantes de una
civilización resplandeciente,
hoy devastada a vestigios.

Las imponentes catedrales
que miraban al cielo,
y cuya semilla fue
el vehemente anhelo
de la voluntad del ser humano
(que posó sus pies
sobre sus hombros),
ahora desvanecida
en el murmullo sordo
que deambula por la geografía
de la desesperanza,
y sepulta en el pasado
a los fantasmas genealógicos,
que abandonaron al peregrino
interior a la orilla del sendero.

Los mismos que bajaron la mirada
cuando fue seducido por
el grito suicida de la razón,
y se internó en un laberinto
sin principio ni fin.

Un anciano olvidado
en medio de la lluvia
de una avenida anónima.
El hijo pródigo que
a su regreso encuentra
su hogar saqueado
y a su padre agónico.
Un sacerdote que
en su lecho de muerte
rechaza la extremaunción
y no cree en la vida eterna.

Sin embargo, el ansiado
amanecer se vistió de mujer,
y a su paso el páramo
floreció exuberante.

Milagro de la naturaleza,
instante de coincidencia cósmica
de cuerpos celestiales,
tu sonrisa serena
calma el dolor de los enfermos,
y levanta a los caídos
tras la batalla,
pues la huella de polvo
de la ciudad añorada
se petrificó en los anaqueles
de la memoria anacrónica,
y la arquitectura devastada
se protegió del sol y las multitudes,
como piezas inanimadas
en una botella,
a la espera de tus suaves
y delicados dedos,
que escogieron los hilos
de cariño
que levantaron
en su interior
un velero desafiante
a las vicisitudes,
que noche tras noche
pule su proa,
para pronto zarpar
del puerto de la inercia existencial,
y juntos internarnos
en un océano de caricias.

domingo, 24 de junio de 2012

Cuando pase el tiempo


                                   A Viviana Vigouroux

Yo no te he prometido
amor eterno,
no he jurado tu nombre 
ante Dios en el altar,
no he firmado un documento
en el cual confluyan
nuestras vidas
hasta la muerte.

Pero te he entregado
mi herida de niño
maltratado,
he escrito mi pasado
de desencuentros
y soledades en tu memoria,
he confiado el cofre
de mis secretos más íntimos
en tus manos,
me he suspendido en el vacío
solamente sujeto
por la esperanza de que
no me abandones,
he pretendido ser
un roble fuerte y robusto,
a cuya sombra acogedora
descanse tu feminidad
de doncella triste,
y la fragilidad de tu adorable hija.

He refrescado el páramo
deshidratado
de mi aciaga soledad
con tu dulce compañía,
he intentado sentar las bases
de una morada apacible y cálida,
a cuyo abrigo podamos
estar en paz
cuidando y educando
a la traviesa niña
que comparte tus sueños.

Cada palabra que te escribo
pretendo que sea un vocablo
de una conmovedora novela
en la cual un hombre y una mujer,
cristalinos y puros,
se reencarnen en un solo ser
- nosotros, tomados de la mano,
caminando por un sendero
que conduce al infinito -
y ahora siento que el mayor
fracaso de mi vida
sería sentarme de brazos cruzados
a ver como tu cariño
se desvanece.

Perdóname
- te lo pido de corazón-
si he descuidado
las atenciones a tu
naturaleza de mujer.
No me libraría del remordimiento
si tu inocencia espontánea
se marchitara ante mi displicencia.
Tú me has enseñado
a valorar la bella fragancia
que emana de tu
elegancia natural,
pues eres una rosa sin espinas,
auténtica, transparente y sin dobleces,
y admiro tu sencillez
y sabiduría,
y soy un adicto
a tu cariño generoso.

Quiero que seas mi cómplice
en la vida,
quiero besarte tiernamente
las arrugas de tu piel
cuando seas una abuela
querendona y yo un enfermo
desahuciado,
cuidar tu fragilidad
con la delicadeza
de quien cobija
una copa de cristal
hasta el último de sus días.

jueves, 21 de junio de 2012

Deseo evaporado



El abrazo emotivo
registrado en una fotografía,
que mimetiza sus claros
oscuros al paso
de la luz.

Las siluetas de  un hombre
y una mujer
dibujadas en la arena
de una playa,
que se borran
al estallido
de una ola inclemente.

Cariñosos susurros
al oído,
que se pierden
en caída libre
en el abismo
de un acantilado.

De esta forma se evapora
el deseo de un hombre
al contemplar su pasado,
decepcionante paisaje
al volver su mirada
luego de caminar
por el desierto temporal
y constatar que
no dejó huella.

Su nombre no será
una marca
en la memoria
que cincele la nostalgia.
En sus atardeceres
el vacío se impondrá
a una figura
que añore las caricias
del cálido encuentro.
Su sendero será
un camino despoblado
donde las campanadas del reloj
den golpes sordos.

Insípidas tribulaciones
donde la ausencia domina
el interior de la mirada
del hombre cansado,
bajo sus pies la Tierra gira
sin descanso
y su entorno es inmutable,
mientras las arrugas avanzan
apoderándose de su rostro
sin historia.