Niña
diáfana, que intentas
silenciar
los susurros
intangibles
que
arremeten
para
desmoronar
tu
sonrisa,
como
hordas de apetito
beligerantes,
sumergiéndote
en la pureza
inocente
de tu descendencia
más
íntima.
Deambulas
por las calles
solitarias,
sin
percatarte
de
la presencia
ni
de tu sombra
ni
de la luz que la dibuja,
mientras
el génesis
se
manifiesta en tu interior
a
través de trazos delicados
y
colores acogedores,
que
evocan paraísos áulicos
y
hadas letárgicas.
Olvidas
que atrapada
en
tu cuerpo habita
una
bailarina de mirada triste,
desesperada
por atravesar
los
límites de su claustro,
y
no es ella ni el alivio vocal
de
las cicatrices del pasado,
que
otros mancharon
en
tu figura,
el
ominoso interlocutor
que
perturba tus sueños,
sino
la herida que se abre
en
tus ojos
cada
vez que sientes
la
vigilancia de aquella
silueta
inquisidora,
que
ha escrutado
cada
uno de los pasos
de
tu vida,
polifonía
atávica
que
recrudece cada vez
que
firmas el dominio
de
tu huella sobre el sendero,
cada
vez que extiendes tus alas
en
señal de redención.
No
permitas que el cielo
desfallezca
a tus pies,
deja
que la paloma
cristalina
que
alberga tu corazón
emprenda
vuelo
en
cadenciosa danza
sobre
la acuarela
de
tus anhelos
más
sinceros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario