lunes, 14 de octubre de 2013

Marginal


Los orfeones del circo resuenan
estridentes melodías;
payasos y bestias desfilan enhiestos
y los pueblerinos
se encandilan.
Tras bambalinas, sombrío,
Edgar Alan Poe recita
un poema.

Las prensas imprimen frenéticas
palabras y fotografías.
El glamur se solaza,
acicala sus cabellos con peine de oro.
Pero nosotros preferimos acudir
al tugurio que advierte a
la entrada:
Solo para locos.

(Harry Haller comparte una sidra
con el viejo Bukowski
a medianoche en un callejón
maloliente)

La musiquilla de las pobres esferas
no es un bien transable
en el mercado.
¿Asistir a la liturgia
del establishment
para ser leído en los hogares decentes
y señalado con el índice
en la calle?

La poesía no es mercancía barata,
y hace más de dos mil años
Jesucristo lo estableció
en su Arte Poética
a las afueras del Templo,
ante el horror de
los apóstoles.