miércoles, 17 de noviembre de 2021

Marasmo

 


Lo vertiginoso son esas pesadillas
espesas y sofocantes, cefalea por añadidura
donde lucho contra gigantes que buscan
quebrar mi voluntad con tretas
psicológicas y amedrentamientos.
 
Mi ansiedad se dispara
intento respirar, convencerlos
que el poder está en la templanza
no en el abuso
del capricho y la educación consentida.
 
El tiempo se agota
siento derretir mi piel, la boca
reseca y las sienes por estallar.
 
¿Queda esperanza en el sano juicio
o estas bestias son incapaces de aprender?

viernes, 12 de noviembre de 2021

Las palabras en el vacío

 


Eran tardes soleadas, con leves oleadas de calor que circulaban intermitentemente a medida que se formaban corrientes de aire en los pasillos de la Escuela de Periodismo. Después del almuerzo había un embotamiento general en los alumnos de ese curso. Sentados en las bancas que dan la espalda a la sala era esperar sin mirar el reloj… la costumbre del religioso atraso del profesor era asumida de forma omitida por todos… “no, si llega a las tres”, fue lo que escuchó Andrés al inicio del ramo, aunque por horario empezaba treinta minutos antes.

“Alumnos, buenas tardes” y el profesor caminaba con movimiento acompasado, de paso corto entre sus pelos ondulados, ápice de una contextura delgada, ondeados por el viento y su camisa siempre arremangada. Otro ritual, al menos un cuarto de hora mientras los alumnos se sentaban y comentaban o el fin de semana o el examen que “todavía no saco las fotocopias”, el profesor fijaba su vista al frente apoyando sus codos en el escritorio, su mirada no terminaba en la pared, nadie sabía dónde apuntaban sus pupilas o en qué paisaje mental se perdía su horizonte. De cara desvaída, el aire cálido circulaba entre sus pómulos, los ojos se hacían cada vez más inexpresivos, cual extranjero en una feria de un país de cultura ajena. La vista caía con esfuerzo a los papeles del escritorio, energía a voluntad y en voz alta: “Bueno, la vida debe continuar. Sus dedos en el papel se ven como las manos del marinero elevando el mástil. Más fuerza a medida que avanza el ascenso: “Álvarez, Aránguiz- ah, vino-, Basoalto, Becerra, Contreras- también vino, me encanta que venga-, Dulante…”, se escuchaban apellidos tras apellidos y hay entusiasmo en la voz del hombre detrás del escritorio, “Romanovich… ¿cómo estás, Milena? Qué bueno, me alegro”.

“Jóvenes, déjenme aclararles el contexto histórico y socio político del escritor que estamos viendo. Aunque vivió hasta los 80 años no pasó desapercibido en los años sesenta. Como ustedes saben, fueron años de grandes conflictos, de pugna ideológica de meta relatos, de izquierda y de derecha, y eso repercutió en todo Occidente… ¿Les han pasado en historia la Revolución de mayo del 68? ¿No? Bueno, al alero de la filosofía de Herbert Marcuse, que se fundamenta en el marxismo y el psicoanálisis, los universitarios de París se tomaron las calles desde dos consignas… las deben haber escuchado: “La imaginación al poder” y “Prohibido prohibir”. Los estudiantes reclamaban por un cambio estructural de la sociedad, en demanda del postergado grupo juvenil, no sólo en las condiciones académicas, sino que también en las laborales, culturales e incluso el derecho a ejercer una sexualidad libre y sin prejuicios ni inhibiciones sociales… claro, claro que lograron que su voz se escuchara, en las avenidas los enfrentamientos entre estudiantes y la policía eran pan de cada día, se levantaban pancartas tan iconoclastas como, por ejemplo, “DE GAULLE ASESINO” y en las calles de París era imposible no resbalarse al caminar por todo el semen esparcido sobre los adoquines…”. El silencio repentido del profesor es compartido por sus alumnos, su mirada se interna en un reservado laberinto de ideas, empieza a hablar lento: “En los últimos días uno de los más grandes filósofos y escritores del siglo XX, el francés Jean Paul Sartre, se le veía a diario por los Campos Elíseos junto a otros vejetes repartiendo panfletos de ideas marxistas, sin permiso municipal. Luego de ser detenido por primera vez, el alcalde de París habló con el comisario de ese distrito y le pidió un buen trato para él, le dijo: entiéndalo, está en sus últimos años, medio senil, pero no es un revoltoso de izquierda cualquiera, es Jean Paul Sartre. Entonces el filósofo partía todas las mañanas a repartir papeles y antes del almuerzo lo soltaban sin aplicarle mano dura como a sus compañeros, sólo después de un ritual de preguntas de costumbre, todos los días las mismas…”.

“Ah, por supuesto que el movimiento llegó acá, a las universidades y los colegios… ¿en qué colegio estudiaste, Milena? - Andrés no alcanza a entender a respuesta de su compañera más que uno que le suena no muy grande, de tendencia liberal- ah, ya… Sí, en esa época circulaba una frase, “Intelectuales del mundo, uníos”, no olviden la “Marcha por la patria joven” y la “Revolución en libertad”, de Frei Montalva, así como los inicios de a Unidad Popular…”. Los ojos del profesor ahora recorren estáticos sensaciones del pasado… “claro, era común ver en la micro aquellos que por la ropa se reconocían universitarios con un libro de Cortázar en la mano, el ícono del intelectual de izquierda, mostrando la portada de “62, Modelo para armar” o “Rayuela” y nunca se sabía si los leían o al menos miraban la primera página… bueno, pero volviendo al autor del cuento “El sur”, Borges fue un pedazo de tierra en medio del océano de las ideas políticas de la época: conservador, de derecha y no sólo una isla por su postura ideológica, se decía que vivía dentro de un gran libro. Fue director de la Biblioteca Nacional Argentina y, de poca o nula vida social, se casó en segundas nupcias con María Kodama a los 80 años, una inteligente mujer a la que doblaba en edad y que le sirvió de secretaria en su trabajo de escritor. Borges en su juventud quedó completamente ciego y fue hasta el día de su muerte impotente. Entonces, en la soledad de su enrome biblioteca particular decía las palabras que su mujer escribía, para luego corregir, porque este escritor era de una erudición de dimensiones astronómicas… a ver, tú, ¿cuál fue tu impresión después de leer “El sur”?... ah, la lavadora de Borges, cierto que es de una complejidad intelectual que no es digerible de buenas a primeras… ¿Milena?... el cuento “El sur”, ah, no lo has leído, eso está muy malo, tienes que leerlo… ¿y tú, Dulante? No has comprado las fotocopias, ¡¿acaso ocupas las neuronas como hilo dental?! Borges es uno de los maestros de la literatura universal… bueno, continuando, su literatura se caracterizaba por nacer de las palabras, de los libros de los que se rodeó toda su vida… justamente se encerraba en los libros, pero él disfrutaba de las letras… bueno, es un caso distinto de un escritor solitario, su problema era el (hace un gesto repetitivo con el pulgar hacia arriba acercando y luego moviendo lejos la mano ágilmente a su boca), a ver, dile tu nombre a tus compañeros, no todos los días un alumnos me comenta a Teófilo Cid… a eso voy, se disfrutan las letras, la literatura. Borges se levantaba todas las mañanas y, después de ducharse, se encerraba en su escritorio con su secretaria y le dictaba palabra por palabra, con muchas interrupciones, tomándose su tiempo en escoger la más adecuada, con frecuentes consultas al diccionario”. Segundo a segundo, mientras la luz cálida entra por la ventana, la cara del profesor se vuelve más desvaída, las palabras le pesan al pronunciarlas… “Entonces uno se pregunta ¿qué pasa afuera?, hay que salir todos los días a enfrentar esto, la vida… y Borges se encerraba a pensar en la primera palabra del cuento, se demoraba en decidir la segunda, tal como uno se enfrasca e un libro, y pensar la palabra que viene, corregir, otra palabrita más, dedicar la vida a eso… ¿y habrá servido de algo la tonterita?”. La cara del profesor se pierde en el aire de calor asfixiante, sus ojos enmudecen y la mirada avanza sin rumbo mientras su figura parece apenas sostenerse, como si le arrancaran todos los órganos y en el vacío la debilidad lo aplastara, cual fardo sobre un estibador desprevenido.

Los segundos dejan de ser unidad de tiempo, la temperatura lanza un brochazo sobre la pared que sirve de telón a la figura del profesor, ahora un fantasma en su liviana ropa de tela en medio del espacio de concreto, con el suelo siguiendo la ley física de los cambios bruscos de presión atmosférica, la marea ondulante que enfrenta difusa, con movimientos sin lógica alguna, un ir y venir de sonidos familiares e irreconocibles, y él equidistante con sus manos sudorosas que contienen con esfuerzo el vapor humano en ascenso.

Palabras de golpe irrumpen el clima académico. “Bueno, en la prueba de la próxima semana entra “El sur” y la novela de Vargas Llosa… “Pantaleón y las visitadoras”. No, la van a disfrutar, yo me reí a gritos cuando la leí… se trata de un militar peruano que durante una campaña le ordenan satisfacer las necesidades sexuales de los soldados en la tupida selva de ese país. Entonces este tipo parte con un montón de prostitutas de pueblo en pueblo, en cada campamento militar, hasta que conoce a la colombiana, una mujer tan experimentada como irresistible, la favorita y codiciada, que incluso los soldados pelean por ella, y Pantaleón es el gil de los giles. La colombiana lo utiliza, juega con él, hace lo que quiere con Pantaleón. Hace algunos años presentaron la obra teatral de la novela en Santiago y el papel de la colombiano lo hizo- se reserva un momento de suspenso con una sonrisa al adivinar la reacción de los alumnos- …lo hizo la Esperanza Silva”, “ah, bien escogida la actriz, profe”, responde uno del grupo entre los que está Andrés. “Bueno, muchachos, estudien, nos vemos el otro lunes”. “Chao, profe”, “chao, Milena, que estés bien”, y termina la clase con una sonrisa de esperanza.