Zángano,
felino incompetente, parásito de la nobleza, haragán, habían sido algunos de
los epítetos prodigados por el Marqués de Carabás a su otrora querido gato,
quien no soportó tal humillación, tomó su saco y sus bien provistas botas, y
emprendió camino fuera del reino.
Así
sucede con aquellos que no se han esforzado por conseguir sus tesoros, se
lamentaba el gato, y maldecía en contra de las volteretas del destino. Ni todo
su ingenio y astucia habían sido suficientes para complacer a su amo. Por el
contrario, el joven creía que el reino y la princesa eran fruto de sus
virtudes, pagando con la ingratitud los obsequios del felino.
Hubo
en las tierras del Marqués una epidemia de ratones, que asolaban los cultivos
agrarios y espantaban el refinamiento de la princesa. Por su condición felina,
el señor de Carabás había encomendado, con suma urgencia, la erradicación de la
plaga al Gato con botas, en especial considerando su título de Primero ministro
del reino. La astucia del mamífero no fue suficiente con la cuantía de los
roedores. Habría sido más fácil engullir mil ogros, mascullaba el felino.
El
Marqués decretó entonces el exilio del Gato con botas, quien ahora se le ve
vagabundear por tierras baldías, mendigando unos granos de trigo, y dicen que
se esmera por encontrar a los hermanos mayores de su anterior amo. Tal vez a
ellos pueda ofrecer sus astutos servicios para duplicar los escuetos bienes
recibidos tras la herencia.