jueves, 30 de agosto de 2012

La puerta del laberinto




De fisonomía regular y mirada intensa,
pálida ante los ojos escrutadores
 e impávida frente a su entorno,
la máscara ve transcurrir los rincones
y vericuetos de la ciudad desafiante,
mimetizándose de forma anónima
con los rostros de los habitantes.

De palabra muda y sonrisa
mecánica ante las interpelaciones,
pieza extraviada del puzzle
que no reconoce origen
en sus coterráneos.

Tras su mirada perdida,
tras sus pómulos anodinos,
una intrincada prisión de pensamientos
se ocultan con sigilo,
temerosos de ser mutilados
por la despiadada arremetida del status quo,
aciago laberinto secreto
que anida los deseos más íntimos,
donde pulula nuestro Minotauro
en cautiverio, clamando
por contemplar la luz.

Sin embargo, el rostro visible
de los oscuros pasillos clandestinos
no muestra indicio
de las pulsaciones que lo dibujan;
meras facciones insípidas
subyugadas a un canon estadístico,
apátridas de la nación de identidad,
desvanecidas de un escenario individual.

El Minotauro, con rostro desfigurado
se desplaza exasperado
por los pasillos enajenantes,
y en los rincones llora por la muerte
de su anhelo de libertad;
y en las noches sueña con la ilusión
de sentir en sus dedos los hilos de lucidez,
la luminosa senda redentora
trazada por la dulce Ariadna.

domingo, 26 de agosto de 2012

Caricias ausentes



He dibujado tu silueta
sobre el vacío,
y se me ha anudado
un suspiro en la garganta.

A mi alrededor giran imágenes
de otro tiempo y mi rostro es mudo;
sombras apresuradas avanzan
por las veredas de mi destierro,
transformando mi talante
en una efigie pétrea y sin nombre.

La palabra naufraga en un océano
de anhelos estrangulados
con la ilusa esperanza
de poblar un desierto olvidado.

Deseo de secar la lágrima
del enfermo en su lecho de muerte;
reencarnar las caricias ausentes
en un abrazo sincero;
construir un sitio en mi interior
donde tu presencia me inunde;
rasgar un jirón al tiempo
donde mutuamente
nos contemplemos;
levantar un puente
entre nuestros pasados,
para habitar una tierra de encuentro.

Tu imagen etérea en mi memoria
como un sello imborrable,
mis palabras revoloteando
en tu recuerdo hasta
esbozar tu dulce sonrisa.

miércoles, 22 de agosto de 2012

El paraíso asilado en mi memoria



Acosado por ilusiones ópticas
que me hacen ver el pavimento
saltando a estrangularme,
(o el vacío apoderándose
de cada centímetro de mi cuerpo),
mi mirada deambula
por estaciones insípidas,
que desvanecen las manecillas
de los relojes del pueblo,
ahogándome en un silencio sepulcral
que inmoviliza a los rostros familiares
en fotografías rancias y anacrónicas.

Sueño de raíces penitenciarias
que agobia a los músculos de mi cuerpo
y evapora mi respiración,
condición inexorable que amenaza
con desdibujar mi silueta ante el espejo.

Es entonces cuando recurro
a mi refugio existencial,
edén inexpugnable a las tempestades
ominosas que circulan inadvertidas,
instante sereno en el que me asilo
de los embates de la intolerancia humana
y de la censura del curso del horizonte.

Mis sentidos se abstraen
en un estado inalterable,
donde mi memoria lanza sinuosas
pinceladas de tu hermosa figura,
y siento el vigor reconfortante
de los ríos caudalosos de la esperanza
al contemplar tu maravillosa sonrisa,
levitando plácidamente
en un paraíso de reminiscencia,
donde tu suave mirada se confunde
con la profundidad del cielo,
y no hay ejércitos beligerantes
ni osadas flotas aéreas,
que logren sustraerme
de la armonía espiritual
que tu delicada silueta me inspira.

domingo, 19 de agosto de 2012

El abismo de tu ausencia



Habitualmente miro alrededor
y constato aliviado
que los océanos están serenos,
y un cielo limpio y transparente
vigila el aire cálido que nos revitaliza,
mientras las mujeres dan a luz
niños hermosos;
y los jueces son ecuánimes
ahuyentando las sombras oscuras;
la tierra gira cadenciosamente
al ritmo del canto de los ruiseñores;
y siento que cada transeúnte
que cruza una avenida,
o cada hoja que cae en época otoñal
tiene una razón de ser.

Es que la imagen nítida de tu figura
ampara mis emociones,
como un ángel protector
que me acompaña hasta en las vigilias,
y su silueta radiante me orienta
incluso en los senderos más aciagos,
y por las noches puedo cerrar mis ojos con placidez
al abrigo de tu dulce recuerdo,
sin el temor de ser acosado
por los verdugos intangibles,
que pactaron con el sin sentido.

Sin embargo, hay breves instantes
en que la tierra sobre la cual reposo
se levanta intimidante al pensar que tu imagen
se desvanece como una ilusión herida.
Tal vez mis pasos torpes me desvíen
del camino que con tu cariño has dibujado,
y me encuentre perdido en el desierto
(o atrapado en el laberinto inconducente del absurdo).

Tal vez mis manos carezcan del soplo de vida
y no pueda moldear un cántaro
donde puedan descansar tus anhelos.
Tal vez estas palabras se han revelado
y bailen una danza burda,
que sólo retrate a un espantapájaros
tan lastimero
que ni las aves se posen sobre él.

Si tú desapareces,
los cursos de agua se evaporarán
causando la hambruna devastadora de los pueblos.
Si tú desapareces, los hombres dejarán
de creer en el amor y la bondad,
y se sentarán resignados
a esperar el día de su muerte.
Si tú desapareces, los niños perderán
el gusto por los juegos inocentes,
y se vestirán de adultos conformistas y educados
en la parsimoniosa burocracia.

Una ciudad azotada por la inhumana crueldad
arde en llamas a mi alrededor si tú no estás en ella.
Los pediatras asesinan a los recién nacidos,
los obreros destruyen los edificios,
los policías golpean a los ancianos indefensos.

Pierdo los deseos de caminar
cuando el horizonte languidece abatido
al mirar hacia el vacío de tu ausencia,
y es entonces cuando renazco en la esperanza
de perderme en la profundidad de tu mirada
al contemplar tu hermoso rostro sonriente.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Savia de juventud


                            A Viviana Vigouroux

De madera noble y centenaria,
de tronco grueso y vetas profundas,
mis raíces pretenden emancipar la tierra
de sus ancestrales orígenes.
Roble anciano y sabio
es mi identidad,
que a veces pienso
circula en mi inconciente,
mas mi savia está marchita.

La figura triste recorre
con paso cansino
las ficciones y sueños ajenos,
en consonancia con un atardecer
de epílogo melancólico a la novela vital,
la vista caduca ante las palabras
que describen experiencias que no ha vivido
la incipiente calvicie es comparsa del mirar lánguido
por el tedio de los días monótonos que perpetúan
los movimientos aletargados y rutinarios,
y el suspiro mecánico ya no evoca
instantes de efusividad alguna.

Por eso el amanecer en el desierto florido
se instala en mis ojos acuosos
cuando llegas a chasconear
mi circunspección de empleado burocrático,
y me haces rejuvenecer
con tus avalanchas de besos dulces
que me suspenden en un apacible placer
cada vez que tocas mi cara
con tus suaves labios.

Eres la hilaridad que desordena
mis pensamientos anquilosados,
como estantes polvorientos
de libros del Código Civil,
y mi disciplina prusiana
se deshace en carcajada
con tu curiosidad insaciable,
que hace mofa del imperativo categórico kantiano.

Viviana, eres la savia de la juventud
que nutre mis vasos vegetales
de roble rígido e inmóvil.
La lozanía de tus ojos desploma
todo mi pesimismo racional,
y da rienda suelta a mis deseos
más infantiles.
La vigorosidad consignada
en tu apellido se encarna
en el júbilo de tus besos,
y en la sonrisa espontánea
que me regalas al contemplarte.