jueves, 30 de agosto de 2012

La puerta del laberinto




De fisonomía regular y mirada intensa,
pálida ante los ojos escrutadores
 e impávida frente a su entorno,
la máscara ve transcurrir los rincones
y vericuetos de la ciudad desafiante,
mimetizándose de forma anónima
con los rostros de los habitantes.

De palabra muda y sonrisa
mecánica ante las interpelaciones,
pieza extraviada del puzzle
que no reconoce origen
en sus coterráneos.

Tras su mirada perdida,
tras sus pómulos anodinos,
una intrincada prisión de pensamientos
se ocultan con sigilo,
temerosos de ser mutilados
por la despiadada arremetida del status quo,
aciago laberinto secreto
que anida los deseos más íntimos,
donde pulula nuestro Minotauro
en cautiverio, clamando
por contemplar la luz.

Sin embargo, el rostro visible
de los oscuros pasillos clandestinos
no muestra indicio
de las pulsaciones que lo dibujan;
meras facciones insípidas
subyugadas a un canon estadístico,
apátridas de la nación de identidad,
desvanecidas de un escenario individual.

El Minotauro, con rostro desfigurado
se desplaza exasperado
por los pasillos enajenantes,
y en los rincones llora por la muerte
de su anhelo de libertad;
y en las noches sueña con la ilusión
de sentir en sus dedos los hilos de lucidez,
la luminosa senda redentora
trazada por la dulce Ariadna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario