Acosado
por ilusiones ópticas
que
me hacen ver el pavimento
saltando
a estrangularme,
(o
el vacío apoderándose
de
cada centímetro de mi cuerpo),
mi
mirada deambula
por
estaciones insípidas,
que
desvanecen las manecillas
de
los relojes del pueblo,
ahogándome
en un silencio sepulcral
que
inmoviliza a los rostros familiares
en
fotografías rancias y anacrónicas.
Sueño
de raíces penitenciarias
que
agobia a los músculos de mi cuerpo
y
evapora mi respiración,
condición
inexorable que amenaza
con
desdibujar mi silueta ante el espejo.
Es
entonces cuando recurro
a
mi refugio existencial,
edén
inexpugnable a las tempestades
ominosas
que circulan inadvertidas,
instante
sereno en el que me asilo
de
los embates de la intolerancia humana
y
de la censura del curso del horizonte.
Mis
sentidos se abstraen
en
un estado inalterable,
donde
mi memoria lanza sinuosas
pinceladas
de tu hermosa figura,
y
siento el vigor reconfortante
de
los ríos caudalosos de la esperanza
al
contemplar tu maravillosa sonrisa,
levitando
plácidamente
en
un paraíso de reminiscencia,
donde
tu suave mirada se confunde
con
la profundidad del cielo,
y
no hay ejércitos beligerantes
ni
osadas flotas aéreas,
que
logren sustraerme
de
la armonía espiritual
que
tu delicada silueta me inspira.
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