miércoles, 15 de agosto de 2012

Savia de juventud


                            A Viviana Vigouroux

De madera noble y centenaria,
de tronco grueso y vetas profundas,
mis raíces pretenden emancipar la tierra
de sus ancestrales orígenes.
Roble anciano y sabio
es mi identidad,
que a veces pienso
circula en mi inconciente,
mas mi savia está marchita.

La figura triste recorre
con paso cansino
las ficciones y sueños ajenos,
en consonancia con un atardecer
de epílogo melancólico a la novela vital,
la vista caduca ante las palabras
que describen experiencias que no ha vivido
la incipiente calvicie es comparsa del mirar lánguido
por el tedio de los días monótonos que perpetúan
los movimientos aletargados y rutinarios,
y el suspiro mecánico ya no evoca
instantes de efusividad alguna.

Por eso el amanecer en el desierto florido
se instala en mis ojos acuosos
cuando llegas a chasconear
mi circunspección de empleado burocrático,
y me haces rejuvenecer
con tus avalanchas de besos dulces
que me suspenden en un apacible placer
cada vez que tocas mi cara
con tus suaves labios.

Eres la hilaridad que desordena
mis pensamientos anquilosados,
como estantes polvorientos
de libros del Código Civil,
y mi disciplina prusiana
se deshace en carcajada
con tu curiosidad insaciable,
que hace mofa del imperativo categórico kantiano.

Viviana, eres la savia de la juventud
que nutre mis vasos vegetales
de roble rígido e inmóvil.
La lozanía de tus ojos desploma
todo mi pesimismo racional,
y da rienda suelta a mis deseos
más infantiles.
La vigorosidad consignada
en tu apellido se encarna
en el júbilo de tus besos,
y en la sonrisa espontánea
que me regalas al contemplarte.

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