La
sábana tendida en su pliegue justo
luego
del reposo de tus patrones.
La
ropa tersa bajo la humedad de la plancha
que
otro cuerpo arrugó en sus trajines.
La
loza impecable de rastros de comida
que
otros saborearon.
Tus
canas resplandecen
en
la paciencia que irradia la serenidad
con
que abnegadamente entregas tu vida
al
servicio de la ajena
y
tu sonrisa benevolente
es
señal impertérrita
de
los niños que crecieron
al
amparo de tu cariñoso esmero.
Madre
vicaria
que
esparciste tu presencia
cuando
el descuido paternal
amenazaba
trizar las emociones.
Conservaste
la sabiduría
de
remotas tierras sureñas
que
en los atardeceres melancólicos
clamaban
tu susurro,
y
en las horas solitarias
tu
memoria era usurpada
por
los demonios de la reminiscencia,
ávidos
de torturar tu conciencia.
Suspiro
del anhelo evaporado
que
traspasó tu vientre,
abandonando
al vacío la semilla
que
concebiste en tu interior
y
estampó en tu mirada la tristeza
de
contemplar a tu hijo ausente
en
los niños que criabas por encargo,
mientras
esa vida de alquiler se preocupó
de
mermar tus sentidos
y
adormecer tus huesos,
ahora
que te resignas adolorida
al
sueño eterno
en
el páramo
donde
nadie habita .
Tus
pasos no fueron en vano,
tus
huellas se grabaron
indelebles
en el camino.
en
cada sonrisa acogedora.
En
cada abrazo sincero
germinaste
una semilla,
y
aquella se nutrió de tu cariño.
Los
niños a tu cuidado
ahora
son hombres
que
te rinden honores en su historia,
un
sitial escogido alberga
tu
bondad apacible,
dibujada
en el escenario
reivindicatorio
de la gratitud filial
pues
tu mirada transparente
fue
un caudal de cariño
que
traspasó las fronteras
de
la herencia de la sangre.
Ahora
tu descendencia desplomará el olvido,
conservando
cada una de tus palabras,
cada
uno de tus gestos inconfundibles,
en
la inmortal estancia
de
la entrañable memoria.
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