lunes, 30 de julio de 2012

Crecimiento prematuro



Desde hace unos meses
hasta ahora,
he compartido con una mujer
de avidez por lo desconocido
y ojos lánguidos
de melancolía.

Sí, melancolía
que se escenifica en nuestras
piezas de tango
sufridas por el ser ausente,
que clama en su nostalgia por
la fiebre del apetito
carnal.

Mas hasta hoy nuestra danza
se había limitado a un juego
de niños
que descubrían sus cuerpos
desnudos, mientras
se perseguían en una pradera
estival.
Y la inocencia era
el péndulo que oscilaba
entre la ternura aséptica
y el candor retenido
en el interior de nuestros
cuerpos.

Porque en ella habitaba
una niña curiosa
y desvalida,
inconsciente del daño
que los azotes de la vida
le propinaban,
a la cual yo mimaba
con talante paternal,
como un balneario que
absorbía sus lágrimas.

Hasta que la realidad asumió
el peso que las circunstancias
le otorgaban,
el carácter evidente.

La niña creció
prematuramente,
como un submarino que
se resiste a ascender para
traspasar la superficie del océano,
y crece desmedido hasta
superar con creces las líneas
de su silueta original.

Insinuación desnuda,
que clavó su literalidad
en mi pacatería,
como una bala que atraviesa
la mantequilla,
súbitas palabras que
me dejaron absorto,
y dibujaron el semblante
de una mujer voluptuosa,
que en su beligerante sensualidad
cautiva acezante
a su presa, para satisfacer
su deseo.

Arremetida impulsiva,
bofetada violenta de verdad
que tapa con un sol el Dedo,
movimiento vertiginoso
que me despoja ipso facto
de mi atuendo de caballero
victoriano.

Mudo y sin palabras,
le digo que debemos
conversar al respecto,
estratagema ingenua que esgrimo
para ganar tiempo y
pensar la fórmula
de explicar lo inexplicable.

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