sábado, 21 de julio de 2012

Boulevard of broken dreams



Las hojas del otoño caían a modo
de melodía de réquiem en
el ocaso del paseo por la senda

Arropado hasta el cuello
fui gallardo en enfrentarme a las epifanías del
pasado que, de aparecer, contrastan
con mi silueta de perdedor cansino,
que deambulaba extraviada en la
alineación
de las luces enceguecedoras de un
escenario prometeico, cuya consagración
frustró el magnetismo hipnótico del
acto en potencia.

Un alpinista que abatido
baja la mirada al ver la cima
de la montaña.

Miguel Ángel Buonarroti
acaricia torpe y desesperanzado
el cubo de piedra que jamás esculpe
dando forma al Moisés.

Una paloma
desembarazada en su vuelo libre
no distingue el aire del vidrio de
una mansión deshabitada,
contra la cual se estrella en un golpe sordo.

Recorrer las huellas de mi memoria
con ojos presentes, una galería
de rostros familiares desfila ante
mis pupilas absortas.

Bukowski, bohemio incurable
habita una enorme morada
mientras escribe para televisión, y
se ufana de su libro circulando
en librerías,
y silenciosa lo acompaña su doncella
reposando en la habitación.

Tom Wolfe
se arrellana en un opulento sillón de cuero
ápice de una prestigiosa
compañía, mientras cataloga sus
archivos literarios, cuando su secretaria
le interrumpe con un llamado.

Kerouac se vanagloria de
sus poemas escritos en la carretera,
mientras recluta músicos de jazz para
pueblos míticos y recónditos.

Y yo lanzo un suspiro… por la máscara
de ficción de pésima calidad, que
burdamente oculta mi vergüenza, así
inevitablemente me delata.

Por el letargo enervante
de mi pluma, que sólo concibe
elegías patéticas.

Por mi soledad insostenible,
que no se cura con cuidados anacrónicos
por mis demonios internos,
que no se apaciguan con la ingesta de
fármacos.


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