sábado, 7 de julio de 2012

Discurso cinematográfico



Durante mi taciturna adolescencia
era habitual que frecuentara salas de cine arte
y pasara largo rato revisando bibliografía
especializada sobre el tema en librerías.

Mas la motivación tuvo su origen
en un rasgo propio de la edad.
Tal como dijo Cesare Pavese,
si el hombre adulto abandona su casa
es para buscar alimento y protección
a su familia,
mientras el muchacho
cruza el umbral para buscar
una mujer y estar lejos
de sus progenitores.

Bueno, estará de más decir
que tuve una juventud solitaria
y triste.
Tuve escasa compañía y,
para eludir el aroma familiar
del hogar,
me refugiaba en la oscuridad
de cines antiguos
del centro de Santiago.

Entonces mis héroes eran
Fritz Lang, Orson Welles, Vittorio De Sica,
Francois Truffaut, Wim Wenders
o Federico Fellini, en vez de
cantantes juveniles o
exitosos deportistas.

Y mis aisladas lecturas específicas
sobre el lenguaje cinematográfico
o el guión técnico
eran consumidas con devoción.

Por cierto, los años transcurrieron y,
querámoslo o no,
las verdades de la vida
descienden hasta valorarla
con otro prisma.

Entonces esta fascinación de pubertad,
y el cúmulo de imágenes
y secuencias acumuladas en mi memoria,
disolvieron todo su sentido
en mi época adulta,
mas hasta hoy me acompañan
sigilosamente
como una comparsa fiel
y cercana,
como la música incidental que
desearíamos que suene
cuando caminamos solitarios
por estrechas y melancólicas
calles otoñales.

Por cierto, la vida no es
como en las películas,
pero la desilusión fue fuerte,
el duro impacto al estrellarse
contra el cemento más sólido
y gris de la realidad,
por tiempo evitada.

Ahora, cuando sólo me queda
la antigua nostalgia romántica
de esos años,
vuelvo a pensar en el Séptimo Arte,
pero hoy como una vana
representación de mi realidad.

Recuerdo que en mis lecturas
sobre guión cinematográfico
varias veces tropecé
con el concepto punto de giro.
El turning point,
en nomenclatura anglosajona,
se puede definir como un
quiebro en la acción,
un camino de fractura,
donde se altera radicalmente
el horizonte,
la dirección de la trama principal.

Pues el escritor hace
al protagonista de su historia
dirimir una serie de decisiones,
por las cuales se introducen sucesos futuros
que se concatenan
hasta la resolución
del conflicto central.

En fin, resulta fácil esquematizar
la vida de una persona
según los parámetros del guión
fílmico.
Sabemos que nuestro existir
en este mundo
no es tan sencillo.

Mas por motivos que desconozco
esta idea me persigue,
como si yo fuera la creación
de un libretista
y estuviera atrapado
en un punto muerto
de la narración.

Ofuscado,
circunscrito a los límites
de la inercia de la rutina,
me siento suspendido en un lugar
sin movimiento;
anquilosado,
sujeto al pavimento
con zapatos de plomo,
como si el mundo avanzara
a mi lado,
y me dejara atrás.

Me hace falta un punto de giro,
pareciera que el escritor de mi vida
se ensañó conmigo,
y su castigo es escenificarme
inerte en un terraplén
de oportunidades que se escapan.

La siesta del guionista,
podría ser el título de mi película,
y aun así no representaría
la desesperación de ver
las imágenes de mi vida desfilar
ante mi ojos,
sabiendo que envejezco
cada día más rápido,
y me ha sido negado el poder
de escribir el desenlace que deseo
a esta vida,
a cada paso más monótona.

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