jueves, 26 de julio de 2012

Majestuosa sombra difusa



El niño juega con la mirada
expectante de ver
asomarse su figura.
De paso seguro,
talante enhiesto y mirada cálida,
que extiende en sus manos
el amparo donde la tempestad
se desvanece,
y le basta una palabra
de ronco eco
para inundar de plenitud
los anhelos infantiles.

Gigante de camisa y corbata
que regresas al hogar
en compañía del aroma
del frenesí callejero
que has dominado,
tus movimientos son acordes
de una sinfonía nocturna,
y tus posturas la reencarnación
de los cinceles clásicos.

Sócrates habla por tu boca
al pronunciar esas sentencias,
que son la semilla del equilibrio
y el engranaje de la razón.
La huella que dejas a tu paso
es piedra grabada
del código moral
por el cual me rijo.

Viejo Roble, que dejas circular
la savia de las palabras nobles
que auscultan la sabiduría universal,
te observo sereno en un sillón,
deleitándote con las historias
que te regalan tus libros,
y entonces ansío encontrarte
en las palabras impresas,
mientras mi imaginación te confunde
con un Raskolnikov
en calles de San Petersburgo
o lidiando con molinos
en parajes manchegos,
y mis manos desnudas sólo palpan
una sombra difusa, sin origen,
y mi mirada se pierde
en un horizonte nostálgico.

Hace años la familia
veraneaba en Viña del Mar,
y el plan fue un viaje por el día
al puerto de Valparaíso.
El círculo del reloj fue esa tarde
una soga que ahorcó mis anhelos;
los minutos apremiaron
hasta desesperarte
sin la condescendencia
del tiempo.

Atrasado en la estación de trenes,
la locomotora anunciaba
su partida en instantes,
mas por el retraso nos situamos
en el andén contrario,
y un abismo de rieles nos separaba
del tiempo en movimiento hacia
la estación del paraíso.

Lo recuerdo, bajaste hasta los durmientes
y te disponías a llevar
a tus hijos en brazos hasta el vagón.
Pero sólo alcanzaste a subir a mis hermanos,
y tú arriba emprendiste el viaje
en el tren de la ausencia,
mientras, de la mano de mi madre en el andén,
en mis ojos tu figura se desarmaba
estrepitosamente,
y en silencio me preguntaba
dónde está el gigante de camisa y corbata.

¿Dónde está mi padre, al que día a día
espero su regreso?

Los años pasan y un desierto
invade mis recuerdos.
Tu silueta en el umbral,
tus palabras sólidas como pilares de templo.
La sombra en la que encontraba
alivio y refugio,
son ahora un sabor anodino
que se dispersa
como bandada de pájaros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario