El
niño juega con la mirada
expectante
de ver
asomarse
su figura.
De
paso seguro,
talante
enhiesto y mirada cálida,
que
extiende en sus manos
el
amparo donde la tempestad
se
desvanece,
y
le basta una palabra
de
ronco eco
para
inundar de plenitud
los
anhelos infantiles.
Gigante
de camisa y corbata
que
regresas al hogar
en
compañía del aroma
del
frenesí callejero
que
has dominado,
tus
movimientos son acordes
de
una sinfonía nocturna,
y
tus posturas la reencarnación
de
los cinceles clásicos.
Sócrates
habla por tu boca
al
pronunciar esas sentencias,
que
son la semilla del equilibrio
y
el engranaje de la razón.
La
huella que dejas a tu paso
es
piedra grabada
del
código moral
por
el cual me rijo.
Viejo
Roble, que dejas circular
la
savia de las palabras nobles
que
auscultan la sabiduría universal,
te
observo sereno en un sillón,
deleitándote
con las historias
que
te regalan tus libros,
y
entonces ansío encontrarte
en
las palabras impresas,
mientras
mi imaginación te confunde
con
un Raskolnikov
en
calles de San Petersburgo
o
lidiando con molinos
en
parajes manchegos,
y
mis manos desnudas sólo palpan
una
sombra difusa, sin origen,
y
mi mirada se pierde
en
un horizonte nostálgico.
Hace
años la familia
veraneaba
en Viña del Mar,
y
el plan fue un viaje por el día
al
puerto de Valparaíso.
El
círculo del reloj fue esa tarde
una
soga que ahorcó mis anhelos;
los
minutos apremiaron
hasta
desesperarte
sin
la condescendencia
del
tiempo.
Atrasado
en la estación de trenes,
la
locomotora anunciaba
su
partida en instantes,
mas
por el retraso nos situamos
en
el andén contrario,
y
un abismo de rieles nos separaba
del
tiempo en movimiento hacia
la
estación del paraíso.
Lo
recuerdo, bajaste hasta los durmientes
y
te disponías a llevar
a
tus hijos en brazos hasta el vagón.
Pero
sólo alcanzaste a subir a mis hermanos,
y
tú arriba emprendiste el viaje
en
el tren de la ausencia,
mientras,
de la mano de mi madre en el andén,
en
mis ojos tu figura se desarmaba
estrepitosamente,
y
en silencio me preguntaba
dónde
está el gigante de camisa y corbata.
¿Dónde
está mi padre, al que día a día
espero
su regreso?
Los
años pasan y un desierto
invade
mis recuerdos.
Tu
silueta en el umbral,
tus
palabras sólidas como pilares de templo.
La
sombra en la que encontraba
alivio
y refugio,
son
ahora un sabor anodino
que
se dispersa
como
bandada de pájaros.
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