lunes, 30 de julio de 2012

Crecimiento prematuro



Desde hace unos meses
hasta ahora,
he compartido con una mujer
de avidez por lo desconocido
y ojos lánguidos
de melancolía.

Sí, melancolía
que se escenifica en nuestras
piezas de tango
sufridas por el ser ausente,
que clama en su nostalgia por
la fiebre del apetito
carnal.

Mas hasta hoy nuestra danza
se había limitado a un juego
de niños
que descubrían sus cuerpos
desnudos, mientras
se perseguían en una pradera
estival.
Y la inocencia era
el péndulo que oscilaba
entre la ternura aséptica
y el candor retenido
en el interior de nuestros
cuerpos.

Porque en ella habitaba
una niña curiosa
y desvalida,
inconsciente del daño
que los azotes de la vida
le propinaban,
a la cual yo mimaba
con talante paternal,
como un balneario que
absorbía sus lágrimas.

Hasta que la realidad asumió
el peso que las circunstancias
le otorgaban,
el carácter evidente.

La niña creció
prematuramente,
como un submarino que
se resiste a ascender para
traspasar la superficie del océano,
y crece desmedido hasta
superar con creces las líneas
de su silueta original.

Insinuación desnuda,
que clavó su literalidad
en mi pacatería,
como una bala que atraviesa
la mantequilla,
súbitas palabras que
me dejaron absorto,
y dibujaron el semblante
de una mujer voluptuosa,
que en su beligerante sensualidad
cautiva acezante
a su presa, para satisfacer
su deseo.

Arremetida impulsiva,
bofetada violenta de verdad
que tapa con un sol el Dedo,
movimiento vertiginoso
que me despoja ipso facto
de mi atuendo de caballero
victoriano.

Mudo y sin palabras,
le digo que debemos
conversar al respecto,
estratagema ingenua que esgrimo
para ganar tiempo y
pensar la fórmula
de explicar lo inexplicable.

jueves, 26 de julio de 2012

Majestuosa sombra difusa



El niño juega con la mirada
expectante de ver
asomarse su figura.
De paso seguro,
talante enhiesto y mirada cálida,
que extiende en sus manos
el amparo donde la tempestad
se desvanece,
y le basta una palabra
de ronco eco
para inundar de plenitud
los anhelos infantiles.

Gigante de camisa y corbata
que regresas al hogar
en compañía del aroma
del frenesí callejero
que has dominado,
tus movimientos son acordes
de una sinfonía nocturna,
y tus posturas la reencarnación
de los cinceles clásicos.

Sócrates habla por tu boca
al pronunciar esas sentencias,
que son la semilla del equilibrio
y el engranaje de la razón.
La huella que dejas a tu paso
es piedra grabada
del código moral
por el cual me rijo.

Viejo Roble, que dejas circular
la savia de las palabras nobles
que auscultan la sabiduría universal,
te observo sereno en un sillón,
deleitándote con las historias
que te regalan tus libros,
y entonces ansío encontrarte
en las palabras impresas,
mientras mi imaginación te confunde
con un Raskolnikov
en calles de San Petersburgo
o lidiando con molinos
en parajes manchegos,
y mis manos desnudas sólo palpan
una sombra difusa, sin origen,
y mi mirada se pierde
en un horizonte nostálgico.

Hace años la familia
veraneaba en Viña del Mar,
y el plan fue un viaje por el día
al puerto de Valparaíso.
El círculo del reloj fue esa tarde
una soga que ahorcó mis anhelos;
los minutos apremiaron
hasta desesperarte
sin la condescendencia
del tiempo.

Atrasado en la estación de trenes,
la locomotora anunciaba
su partida en instantes,
mas por el retraso nos situamos
en el andén contrario,
y un abismo de rieles nos separaba
del tiempo en movimiento hacia
la estación del paraíso.

Lo recuerdo, bajaste hasta los durmientes
y te disponías a llevar
a tus hijos en brazos hasta el vagón.
Pero sólo alcanzaste a subir a mis hermanos,
y tú arriba emprendiste el viaje
en el tren de la ausencia,
mientras, de la mano de mi madre en el andén,
en mis ojos tu figura se desarmaba
estrepitosamente,
y en silencio me preguntaba
dónde está el gigante de camisa y corbata.

¿Dónde está mi padre, al que día a día
espero su regreso?

Los años pasan y un desierto
invade mis recuerdos.
Tu silueta en el umbral,
tus palabras sólidas como pilares de templo.
La sombra en la que encontraba
alivio y refugio,
son ahora un sabor anodino
que se dispersa
como bandada de pájaros.

lunes, 23 de julio de 2012

Manual de buenas costumbres



Pupilas azoradas se clasifican
en anaqueles del olvido;
plegarias desgarradoras
se evaporan
ante la mirada displicente
de rostros impertérritos;
jirones existenciales desarticulados
por la manipulación aséptica
de entelequias autorreferentes;
la sangre de una herida homologada
a centímetros cúbicos
por orden de una ecuación
pragmática.

Dogma sagrado del sentido común
levanta murallas infranqueables;
misericordioso es el destino asignado
a quienes desafían la autoridad
del buen juicio
-siendo prudentes,
los denominaremos accidentes-.

Cuerpos mutilados por obra
de la sensatez,
desvaríos naturales
a los alaridos de desasosiego
y súplicas de comprensión.
Lógica abstrusa condenada
a ser avasallada por
las costumbres del buen vivir,
y la conciencia resucitará pulcra
en la complacencia
del correcto obrar,
contemplando satisfechos los rostros
al preservar los designios
de la sociedad incólumes.

Sólo un error estadístico
se margina de nuestra
convivencia inmaculada,
una arista imperceptible
de la geometría armónica,
para el descanso
de nuestra memoria.

sábado, 21 de julio de 2012

Boulevard of broken dreams



Las hojas del otoño caían a modo
de melodía de réquiem en
el ocaso del paseo por la senda

Arropado hasta el cuello
fui gallardo en enfrentarme a las epifanías del
pasado que, de aparecer, contrastan
con mi silueta de perdedor cansino,
que deambulaba extraviada en la
alineación
de las luces enceguecedoras de un
escenario prometeico, cuya consagración
frustró el magnetismo hipnótico del
acto en potencia.

Un alpinista que abatido
baja la mirada al ver la cima
de la montaña.

Miguel Ángel Buonarroti
acaricia torpe y desesperanzado
el cubo de piedra que jamás esculpe
dando forma al Moisés.

Una paloma
desembarazada en su vuelo libre
no distingue el aire del vidrio de
una mansión deshabitada,
contra la cual se estrella en un golpe sordo.

Recorrer las huellas de mi memoria
con ojos presentes, una galería
de rostros familiares desfila ante
mis pupilas absortas.

Bukowski, bohemio incurable
habita una enorme morada
mientras escribe para televisión, y
se ufana de su libro circulando
en librerías,
y silenciosa lo acompaña su doncella
reposando en la habitación.

Tom Wolfe
se arrellana en un opulento sillón de cuero
ápice de una prestigiosa
compañía, mientras cataloga sus
archivos literarios, cuando su secretaria
le interrumpe con un llamado.

Kerouac se vanagloria de
sus poemas escritos en la carretera,
mientras recluta músicos de jazz para
pueblos míticos y recónditos.

Y yo lanzo un suspiro… por la máscara
de ficción de pésima calidad, que
burdamente oculta mi vergüenza, así
inevitablemente me delata.

Por el letargo enervante
de mi pluma, que sólo concibe
elegías patéticas.

Por mi soledad insostenible,
que no se cura con cuidados anacrónicos
por mis demonios internos,
que no se apaciguan con la ingesta de
fármacos.