viernes, 28 de septiembre de 2012

Las venas de la ausencia



Un niño sintió el cielo languidecer
al ver a su padre abandonar su casa.
Por la tarde caminó con ojos vendados
por pasillos lúdicos,
tanteando la salida
que lo condujo a un laberinto.

Al anochecer durmió en un abrazo maternal,
que lo envolvió en un sueño vicario
del cual no pudo despertar,
y ahora se divierte dando cuerda
a relojes sin manecillas ni números,
mientras su cuerpo reposa desvanecido
por el vacío que circula por sus venas,
pues quienes lo esperaban
no alzaron los brazos
cuando descendió del tren;
su mujer dormía una siesta
cuando regresó de la guerra;
la amante miró el reloj cuando unieron
sus cuerpos desnudos en la cama
(los familiares escribieron
cartas anónimas a sus difuntos,
y en los partos las mujeres sellaron
un pacto de silencio con los recién nacidos).

Una caricia invisible construyó
catedrales de luz en el páramo,
y unió al horizonte en un círculo
que bailó cadenciosamente alrededor de su cintura.
Mas el vapor de ese afecto se diluyó
en los meandros de la memoria,
y ahora el niño anhela esa marea impetuosa
que despierta de súbito a la inercia,
cuando la sonrisa de esa muchacha
abraza a pueblos enemigos
derrumbados por la batalla.

martes, 25 de septiembre de 2012

La niña de la calle Fidias



          A Viviana Vigouroux

El sendero nos ofrece a veces bifurcaciones
que conducen a destinos diversos,
donde sólo el misterioso hado conoce
las claves de nuestra existencia.

He caminado más de un año y medio
por la maestranza de la dignidad abatida,
en la cual los andamios de las facultades
se vieron erosionadas por el escarnio a la razón,
y día a día se izan banderas
de reivindicación de linajes interrumpidos.

Atravesé esos páramos sintiendo
que mi sombra solitaria
se alargaba cada vez más
junto a los pasos por esas tierras inhóspitas,                                             
y mi sombra estuvo a punto de clavarse en el suelo
ensombrecida de desesperanza
por la fatiga de la travesía.

Fue entonces, como un amanecer refulgente,
que un dulce rostro apareció ante mis ojos
dibujando flores lozanas en el paisaje;
doncella triste que acompañaste mis pasos
situando una estrella en la penumbra
que endilgó mi derrotero,
sosteniendo mis hombros ante la adversidad
para presentarme enhiesto ante el nuevo desafío,
ese que tú forjaste, que tú cultivaste
desde el depósito de la ingenua semilla.

Ahora que aspiro a ser engranaje creativo
de la mecánica de la sociedad,
ahora que tallo el tótem de la civilización
con la herramienta edificante de la palabra,
inmerso en las aulas de la avidez del conocimiento,
sumergido en las lecturas de Kapuscinski y Maturana,
me alimento del néctar de la memoria idealizada
de mi bailarina que ejecuta coreografías
de suspiro a la fraternidad entre el hombre y la mujer.

 En mis horas de reflexión conservo los jirones vivos
de los atardeceres bucólicos en La Reina,
al abrigo de palabras apasionadas
que cohabitan con el humo del café y los cigarros,
mis lecturas se suspenden
al escenificar a la niña traviesa y efusiva
que revolotea incesante en ciudades imaginarias
habitadas por seres construidos por su imaginación.

Recuerdo la resurrección del cuerpo gracias a las caricias,
los abrazos y los besos que me hacen
reposar en un diván de nubes;
no olvido la elegancia natural de tus movimientos
que se asemejan a un cisne orgulloso
que sobresale a su manada,
la proyección de tus deseos en féminas
que pronuncian en idioma francés
palabras de amor desgarrado entre bastidores y escenarios,
coronados por reflectores y luces cinematográficas.

Por más que viaje intelectualmente
por la Revolución Iraní o la Biología del Conocimiento,
la niña de la calle Fidias ocupa un lugar irremplazable
al centro de mis pensamientos.

jueves, 20 de septiembre de 2012

La niebla dispersa



De un momento a otro,
sin previo aviso,
la imagen de tu cálida silueta
se desvaneció con la fugacidad
de un suspiro,
y en mi memoria se esculpió
tu mirada cristalina,
y por las noches siento
tu perfume y evoco
tu sonrisa cautivante.

Los días soplaron una nube
de abismo vital
y un despoblado de
circulación sanguínea.
Por el jardín de mi casa irrumpieron
mordaces bufones que humillaron a la razón,
y mi cuerpo se tornó endeble y diminuto.

Por la travesía de un barranco
de desesperación,
sólo tu recuerdo acariciaba
mi voluntad, y sugería a la intuición
el rumbo en medio de la niebla circundante
que impedía contemplar tus ojos,
alimentándome entonces
sólo de paisajes edénicos,
por los cuales paseábamos
durante mis visitas oníricas.

Entonces, mientras me divierto
almacenando en catálogos
retazos del tiempo,
no puedo dejar que
ciertas preguntas ronden
mi conciencia,
cuando la niebla se disperse,
cuando tu áurea se manifieste en presencia:

¿Amanecerá tu sonrisa para hacer
brotar la creación de la naturaleza?
¿Escucharé nuevamente tu voz
como una melodiosa cascada que hipnotiza
mis sentidos?
¿Contemplaré tu delicada figura
como la forma que completa
la armonía del horizonte?
¿Renacerá mi juventud al deleitarme
con la gracia de recorrer con mis dedos
tu piel transparente?

Mis reflexiones oscilan entre
la claustrofobia del equilibrio ante el vacío
y el abandono de un desahuciado
en la cama de un hospital.

Quisiera que estas palabras
hicieran florecer la rosa en el poema.
Solicito tu indulgencia,
son simples y burdas pinceladas
y no alcanzan el deleite
de tu paladar exquisito.

Sin embargo, y esto lo sostengo
con la vehemencia de un acusado ante el juez,
es mi sangre la que reemplaza a la tinta
como grito de auxilio.

sábado, 15 de septiembre de 2012

La luz sobre tu rostro



No hace mucho tiempo
vi tus ojos perdidos,
tu cuerpo frágil debatiéndose
entre la desesperación y el abismo,
caminando por aquellos laberintos
de encrucijadas apremiantes,
y tus gestos se transformaban
en ira ante la más tenue
niebla circundante.

Arrogante dispuse palabras
y argumentos que construyeron
tu destino,
ilusa pretensión creadora
sobre un pedestal petulante,
la mano omnipotente que concibe
el amanecer en la penumbra,
y sin embargo fui una pieza solitaria
que se refugió en la esquina del tablero.

La tempestad no inundó
tu entorno, ni tu sombra
se evaporó en el desierto,
Dios te acogió en tu hogar
y el verbo divino se posó en tu interior.

Las circunstancias adversas
se marchitaron ante el devenir
de tu presencia,
la niña de pelos revueltos
maduró serena en tu mirada.

Los pasillos oscuros
se desplomaron al paso
de la luz sobre tu rostro.

jueves, 13 de septiembre de 2012

La desolación de tu ausencia



Abatido por el transcurso letárgico
de los segundos que dilatan mi soledad,
mi imaginación ha emprendido una travesía
para erigir escenarios ficticios,
donde la sensualidad del áurea
que envuelve tu delicada y acogedora
figura se desvanece,
incitándome a sucumbir
en el naufragio desgarrador
del océano de tu ausencia.

Las nubes zurcirían un velo de penumbra
donde mis sentidos perderían su burbuja,
paisaje enrarecido donde
los semblantes fantasmagóricos
se confundirían con el rostro de la esperanza;
tropiezos de ciego en el que
el tanteo de mis brazos
estrecharía el cuerpo de los derrotados;
laberinto inconducente donde
un prócer o un mendigo
adquieren la misma forma y color.

Cada mañana la ciudad alzaría
sus edificaciones para
aplastar mi voluntad.

Por cierto, si desaparecieras
te reconstruiría en mi interior:
en la sangrienta batalla a fuego cruzado,
eres la serenidad que sensibiliza
a los combatientes a bajar las armas;
en el páramo existencial
de los agónicos desvalidos,
eres la humedad que acaricia
las convulsiones del vacío;
en la desesperanza del extravío,
en la oscuridad de los caminos vitales,
eres el fuego que enciende
los horizontes que guían al descanso.

Sangre que levanta mi cuerpo,
columna vertebral de mi existencia,
tu presencia tácita es el oxígeno
que inspira cada uno de mis actos.

Tu silueta en mi memoria
es la señal en el espacio
que orienta mi destino.

martes, 11 de septiembre de 2012

La carta del Coronel



Como un recién nacido
expulsado del útero materno,
que sufre el trauma de ver arrebatado
su jardín edénico,
de un momento a otro,
sin previo aviso,
mi entorno fue víctima
de la afrenta vehemente
de la sociedad inquisidora,
que abrió amenazante sus fauces hambrientas
de disecar las notas discordantes de mi cuerpo,
para exponerlas al escarnio
de los hombres ilustres.

Y entonces me sumí en la contemplación
de fábulas imaginarias que deambulaban
por las paredes de mi pieza,
al constatar, desesperanzado,
que mis manos tornaban desvaídos
todos los objetos que palpaban,
y la línea del horizonte se acercaba
intimidante hacia mi cuello
con intención de estrangularme.

En medio del letargo
propio de la inercia de la razón
y de la desidia de los transeúntes
que caminaban presurosos
haciendo caso omiso a mi presencia,
frente a la cual giraban su cabeza
en señal de desdén,
el sonido de los relojes
me pareció monótono e irritante,
mientras el sol abrasador
permaneció inmóvil sobre mi cabeza.

Hasta que sentí una agradable brisa
despeinar mis cabellos y,
como una anunciación del cielo,
una imagen angelical
se posó delante de mis ojos,
y al ver su sonrisa sentí mi sangre circular
como la vegetación
que florecía a mi alrededor.

Y esa hermosa silueta,
que parecía haber sido
dibujada por una mano divina,
me hacía sentir bajo una cascada cristalina
luego de atravesar el desierto.

En la profundidad de sus ojos
pude ver dos cuerpos confundidos
en un apasionado abrazo,
y delante de ellos un camino apacible
que conducía a una ciudad
en próspera edificación.

La imagen del atardecer
quedó grabada en mi memoria al sentir,
por primera vez, que no estaba solo
en la contemplación del ocaso,
y el carmesí del arrebol
fue una impronta sanguínea
de los cuerpos resucitados
tras su agonía en la batalla.

La dulce presencia angelical levantó mi mirada
para observar orgulloso el horizonte,
y ahora el tiempo es mi aliado
que descansa despreocupado,
en una actitud lúdica,
en mi jardín.

Pues si el Coronel,
que no tenía quien le escribiera,
esperaba sempiternamente aquélla carta,
yo escenifico en el papel
las imágenes de mi memoria,
que sé con seguridad
pronto podré acariciar.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Génesis



                              A Viviana Vigouroux

A la orilla del camino, agonizante,
me encuentro tendido,
con deshidratación por la infructuosa travesía
por el páramo de la desesperanza.

Mi voluntad se deshace hasta el polvo
con el paso de la artillería
de los verdugos del sinsentido,
que arremetieron en contra de mi integridad.

Las horas de soledad en el inhóspito calabozo
-exilio de la soledad sensata-
magullan las yemas de mis dedos
hasta la insensibilidad,
y no distinguen la piel tersa de una mujer.

Entonces, una cascada de agua cristalina
se filtra por los jirones del destino
para encarnar la dulzura con forma de grácil bailarina.
Su memoria acongojada sintetiza las bofetadas
de la vida ingrata sobre su tez pálida.

Ella ha sabido purificar
con su mirada comprensiva,
capaz de levantar al caído,
y sus caricias son inyecciones de vida
que hacen brotar un plácido cosquilleo,
el cual copula con la serenidad
de una reconfortante siesta sobre nubes
luego de una agotadora jornada laboral.

Mas su suave voz emite vocablos
sensualmente modulados,
y mi mente evoca paraísos
al punto de entrar en una trance hipnótico
de belleza sublime.

Sus labios emiten edificantes palabras
que naturalmente cincelan esculturas griegas
a partir de la tierra húmeda
ignorada por prosaicos hombres;
elixir de juventud
que limpia mis ojos cansados,
y hace circular vigorosos flujos
de sangre en mis venas.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Evocación edénica



Puedo sentir la tierra que me nutre
desvanecerse como la fugacidad
de una ilusión desmoronada,
y yo en medio tiritando por los vientos del destino.

Puedo ver a las líneas del sendero virgen
dibujar figuras que encarnan
a verdugos inclementes,
y desequilibrados
se abalanzan sobre mí.

Puedo confundir los rostros
que me acompañan en mi travesía por el desierto
con semblantes de aciagos días remotos,
cuando una mano extendida en señal amistosa
se asemejaba a un puñal traicionero.

Pero el jardín edénico que florece
exuberante al evocar tu imagen,
jamás será desfigurado,
como manantial de alegría que no se extingue
al paso de revoluciones,
confinamientos enajenantes
ni la languidez del horizonte.

Pieza a pieza te he reconstruido,
desde trazos indelebles
que quedaron grabados en mi memoria
como anhelo del paraíso perdido,
y me basta imbuirme en mi interior para ordenar
cada uno de los elementos del universo
en una geografía armónica
a las hermosas líneas de tu figura.

Una ola de reminiscencia que revienta
contra las arenosas edificaciones de mi nostalgia,
y limpia mis ojos a la contemplación desnuda del sol.

Un mensaje de manidas palabras
que navega dentro de una botella,
a través de un océano de tribulaciones
esperando acariciar la ausencia,
para despertar el surgimiento
de tu maravillosa sonrisa.  

lunes, 3 de septiembre de 2012

Caricia angelical



Hay noches en que mi conciencia
emprende una travesía hacia mis raíces,
y despierta azorada en medio
del desierto de la desesperanza.

Mi voluntad se doblega
lidiando ante los embates
de demonios con rostro cotidiano,
frente a los cuales no distingo su raza o color.

Los titanes de sangre aséptica
me torturan enrostrándome con saña
mis orígenes mestizos,
que eclipsan los manantiales pulcros
de los cuales beben
los herederos del linaje noble,
que ostentan orgullosos
su semblante inmaculado.

Son mis cicatrices de nacimiento,
asumo con resignación.
Al ser concebido
Dios dormía una siesta,
y ahora sobre mi frente están grabadas
las palabras ERROR HUMANO.

Frente al milagro de la naturaleza
que hace brotar una cascada cristalina
en un páramo, yo me encojo de hombros,
y el Coloso de Rodas me mira
con desprecio, desde las alturas
del deslumbrante genio
de la arquitectura humana.

Sumido en las tinieblas
de una infernal estación olvidada
de los trenes del consuelo,
espero cual Godot el vagón de reivindicación
de crónicas añoradas
que se escriban en mi memoria.

Sin embargo los relojes
han pactado una huelga
de brazos caídos,
y mis anhelos son humedad
que se evapora al paso inclemente
del abrasador sol de la intolerancia.

Cuando creo que todo está perdido,
el cielo extiende sus brazos en señal de auxilio,
y una figura angelical se dibuja
en mis pupilas haciendo renacer mis sentidos,
mientras siento transportarme a un mundo
donde no soy señalado con el dedo al caminar;
cuando recibo una delicada caricia
y en sus ojos veo la profundidad del cielo
en un alivio sereno que aleja todos los desasosiegos.

Mirada celestial que no hace diferencias,
y anestesia el dolor de mis pies empantanados
a la orilla del correcto camino;
silueta resplandeciente que pulveriza los demonios
que hieren los recovecos de mi laberinto interior.