Abatido
por el transcurso letárgico
de
los segundos que dilatan mi soledad,
mi
imaginación ha emprendido una travesía
para
erigir escenarios ficticios,
donde
la sensualidad del áurea
que
envuelve tu delicada y acogedora
figura
se desvanece,
incitándome
a sucumbir
en
el naufragio desgarrador
del
océano de tu ausencia.
Las
nubes zurcirían un velo de penumbra
donde
mis sentidos perderían su burbuja,
paisaje
enrarecido donde
los
semblantes fantasmagóricos
se
confundirían con el rostro de la esperanza;
tropiezos
de ciego en el que
el
tanteo de mis brazos
estrecharía
el cuerpo de los derrotados;
laberinto
inconducente donde
un
prócer o un mendigo
adquieren
la misma forma y color.
Cada
mañana la ciudad alzaría
sus
edificaciones para
aplastar
mi voluntad.
Por
cierto, si desaparecieras
te
reconstruiría en mi interior:
en
la sangrienta batalla a fuego cruzado,
eres
la serenidad que sensibiliza
a
los combatientes a bajar las armas;
en
el páramo existencial
de
los agónicos desvalidos,
eres
la humedad que acaricia
las
convulsiones del vacío;
en
la desesperanza del extravío,
en
la oscuridad de los caminos vitales,
eres
el fuego que enciende
los
horizontes que guían al descanso.
Sangre
que levanta mi cuerpo,
columna
vertebral de mi existencia,
tu
presencia tácita es el oxígeno
que
inspira cada uno de mis actos.
Tu
silueta en mi memoria
es
la señal en el espacio
que
orienta mi destino.
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