viernes, 28 de septiembre de 2012

Las venas de la ausencia



Un niño sintió el cielo languidecer
al ver a su padre abandonar su casa.
Por la tarde caminó con ojos vendados
por pasillos lúdicos,
tanteando la salida
que lo condujo a un laberinto.

Al anochecer durmió en un abrazo maternal,
que lo envolvió en un sueño vicario
del cual no pudo despertar,
y ahora se divierte dando cuerda
a relojes sin manecillas ni números,
mientras su cuerpo reposa desvanecido
por el vacío que circula por sus venas,
pues quienes lo esperaban
no alzaron los brazos
cuando descendió del tren;
su mujer dormía una siesta
cuando regresó de la guerra;
la amante miró el reloj cuando unieron
sus cuerpos desnudos en la cama
(los familiares escribieron
cartas anónimas a sus difuntos,
y en los partos las mujeres sellaron
un pacto de silencio con los recién nacidos).

Una caricia invisible construyó
catedrales de luz en el páramo,
y unió al horizonte en un círculo
que bailó cadenciosamente alrededor de su cintura.
Mas el vapor de ese afecto se diluyó
en los meandros de la memoria,
y ahora el niño anhela esa marea impetuosa
que despierta de súbito a la inercia,
cuando la sonrisa de esa muchacha
abraza a pueblos enemigos
derrumbados por la batalla.

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