martes, 25 de septiembre de 2012

La niña de la calle Fidias



          A Viviana Vigouroux

El sendero nos ofrece a veces bifurcaciones
que conducen a destinos diversos,
donde sólo el misterioso hado conoce
las claves de nuestra existencia.

He caminado más de un año y medio
por la maestranza de la dignidad abatida,
en la cual los andamios de las facultades
se vieron erosionadas por el escarnio a la razón,
y día a día se izan banderas
de reivindicación de linajes interrumpidos.

Atravesé esos páramos sintiendo
que mi sombra solitaria
se alargaba cada vez más
junto a los pasos por esas tierras inhóspitas,                                             
y mi sombra estuvo a punto de clavarse en el suelo
ensombrecida de desesperanza
por la fatiga de la travesía.

Fue entonces, como un amanecer refulgente,
que un dulce rostro apareció ante mis ojos
dibujando flores lozanas en el paisaje;
doncella triste que acompañaste mis pasos
situando una estrella en la penumbra
que endilgó mi derrotero,
sosteniendo mis hombros ante la adversidad
para presentarme enhiesto ante el nuevo desafío,
ese que tú forjaste, que tú cultivaste
desde el depósito de la ingenua semilla.

Ahora que aspiro a ser engranaje creativo
de la mecánica de la sociedad,
ahora que tallo el tótem de la civilización
con la herramienta edificante de la palabra,
inmerso en las aulas de la avidez del conocimiento,
sumergido en las lecturas de Kapuscinski y Maturana,
me alimento del néctar de la memoria idealizada
de mi bailarina que ejecuta coreografías
de suspiro a la fraternidad entre el hombre y la mujer.

 En mis horas de reflexión conservo los jirones vivos
de los atardeceres bucólicos en La Reina,
al abrigo de palabras apasionadas
que cohabitan con el humo del café y los cigarros,
mis lecturas se suspenden
al escenificar a la niña traviesa y efusiva
que revolotea incesante en ciudades imaginarias
habitadas por seres construidos por su imaginación.

Recuerdo la resurrección del cuerpo gracias a las caricias,
los abrazos y los besos que me hacen
reposar en un diván de nubes;
no olvido la elegancia natural de tus movimientos
que se asemejan a un cisne orgulloso
que sobresale a su manada,
la proyección de tus deseos en féminas
que pronuncian en idioma francés
palabras de amor desgarrado entre bastidores y escenarios,
coronados por reflectores y luces cinematográficas.

Por más que viaje intelectualmente
por la Revolución Iraní o la Biología del Conocimiento,
la niña de la calle Fidias ocupa un lugar irremplazable
al centro de mis pensamientos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario