A Viviana Vigouroux
El sendero nos ofrece a veces bifurcaciones
que conducen a destinos diversos,
donde sólo el misterioso hado conoce
las claves de nuestra existencia.
He caminado más de un año y medio
por la maestranza de la dignidad abatida,
en la cual los andamios de las facultades
se vieron erosionadas por el escarnio a la razón,
y día a día se izan banderas
de reivindicación de linajes interrumpidos.
Atravesé esos páramos sintiendo
que mi sombra solitaria
se alargaba cada
vez más
junto a los pasos
por esas tierras inhóspitas,
y mi sombra
estuvo a punto de clavarse en el suelo
ensombrecida de
desesperanza
por la fatiga de
la travesía.
Fue entonces,
como un amanecer refulgente,
que un dulce
rostro apareció ante mis ojos
dibujando flores
lozanas en el paisaje;
doncella triste
que acompañaste mis pasos
situando una
estrella en la penumbra
que endilgó mi
derrotero,
sosteniendo mis
hombros ante la adversidad
para presentarme
enhiesto ante el nuevo desafío,
ese que tú forjaste,
que tú cultivaste
desde el depósito
de la ingenua semilla.
Ahora que aspiro
a ser engranaje creativo
de la mecánica de
la sociedad,
ahora que tallo
el tótem de la civilización
con la
herramienta edificante de la palabra,
inmerso en las
aulas de la avidez del conocimiento,
sumergido en las
lecturas de Kapuscinski y Maturana,
me alimento del
néctar de la memoria idealizada
de mi bailarina
que ejecuta coreografías
de suspiro a la
fraternidad entre el hombre y la mujer.
En mis horas de
reflexión conservo los jirones vivos
de los
atardeceres bucólicos en La Reina,
al abrigo de
palabras apasionadas
que cohabitan con
el humo del café y los cigarros,
mis lecturas se
suspenden
al escenificar a
la niña traviesa y efusiva
que revolotea
incesante en ciudades imaginarias
habitadas por
seres construidos por su imaginación.
Recuerdo la
resurrección del cuerpo gracias a las caricias,
los abrazos y los
besos que me hacen
reposar en un
diván de nubes;
no olvido la
elegancia natural de tus movimientos
que se asemejan a
un cisne orgulloso
que sobresale a
su manada,
la proyección de
tus deseos en féminas
que pronuncian en
idioma francés
palabras de amor
desgarrado entre bastidores y escenarios,
coronados por
reflectores y luces cinematográficas.
Por más que viaje
intelectualmente
por la Revolución
Iraní o la Biología del Conocimiento,
la niña de la
calle Fidias ocupa un lugar irremplazable
al centro de mis
pensamientos.
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