Puedo
sentir la tierra que me nutre
desvanecerse
como la fugacidad
de
una ilusión desmoronada,
y
yo en medio tiritando por los vientos del destino.
Puedo
ver a las líneas del sendero virgen
dibujar
figuras que encarnan
a
verdugos inclementes,
y
desequilibrados
se
abalanzan sobre mí.
Puedo
confundir los rostros
que
me acompañan en mi travesía por el desierto
con
semblantes de aciagos días remotos,
cuando
una mano extendida en señal amistosa
se
asemejaba a un puñal traicionero.
Pero
el jardín edénico que florece
exuberante
al evocar tu imagen,
jamás
será desfigurado,
como
manantial de alegría que no se extingue
al
paso de revoluciones,
confinamientos
enajenantes
ni
la languidez del horizonte.
Pieza
a pieza te he reconstruido,
desde
trazos indelebles
que
quedaron grabados en mi memoria
como
anhelo del paraíso perdido,
y
me basta imbuirme en mi interior para ordenar
cada
uno de los elementos del universo
en
una geografía armónica
a
las hermosas líneas de tu figura.
Una
ola de reminiscencia que revienta
contra
las arenosas edificaciones de mi nostalgia,
y
limpia mis ojos a la contemplación desnuda del sol.
Un
mensaje de manidas palabras
que
navega dentro de una botella,
a
través de un océano de tribulaciones
esperando
acariciar la ausencia,
para
despertar el surgimiento
de
tu maravillosa sonrisa.
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