No hace mucho
tiempo
vi tus ojos
perdidos,
tu cuerpo
frágil debatiéndose
entre la
desesperación y el abismo,
caminando por
aquellos laberintos
de
encrucijadas apremiantes,
y tus gestos
se transformaban
en ira ante
la más tenue
niebla circundante.
Arrogante
dispuse palabras
y argumentos
que construyeron
tu destino,
ilusa
pretensión creadora
sobre un
pedestal petulante,
la mano
omnipotente que concibe
el amanecer
en la penumbra,
y sin embargo
fui una pieza solitaria
que se
refugió en la esquina del tablero.
La tempestad
no inundó
tu entorno,
ni tu sombra
se evaporó en
el desierto,
Dios te
acogió en tu hogar
y el verbo
divino se posó en tu interior.
Las
circunstancias adversas
se
marchitaron ante el devenir
de tu
presencia,
la niña de
pelos revueltos
maduró serena
en tu mirada.
Los pasillos
oscuros
se
desplomaron al paso
de la luz
sobre tu rostro.
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