Como
un recién nacido
expulsado
del útero materno,
que
sufre el trauma de ver arrebatado
su
jardín edénico,
de
un momento a otro,
sin
previo aviso,
mi
entorno fue víctima
de
la afrenta vehemente
de
la sociedad inquisidora,
que
abrió amenazante sus fauces hambrientas
de
disecar las notas discordantes de mi cuerpo,
para
exponerlas al escarnio
de
los hombres ilustres.
Y
entonces me sumí en la contemplación
de
fábulas imaginarias que deambulaban
por
las paredes de mi pieza,
al
constatar, desesperanzado,
que
mis manos tornaban desvaídos
todos
los objetos que palpaban,
y
la línea del horizonte se acercaba
intimidante
hacia mi cuello
con
intención de estrangularme.
En
medio del letargo
propio
de la inercia de la razón
y
de la desidia de los transeúntes
que
caminaban presurosos
haciendo
caso omiso a mi presencia,
frente
a la cual giraban su cabeza
en
señal de desdén,
el
sonido de los relojes
me
pareció monótono e irritante,
mientras
el sol abrasador
permaneció
inmóvil sobre mi cabeza.
Hasta
que sentí una agradable brisa
despeinar
mis cabellos y,
como
una anunciación del cielo,
una
imagen angelical
se
posó delante de mis ojos,
y
al ver su sonrisa sentí mi sangre circular
como
la vegetación
que
florecía a mi alrededor.
Y
esa hermosa silueta,
que
parecía haber sido
dibujada
por una mano divina,
me
hacía sentir bajo una cascada cristalina
luego
de atravesar el desierto.
En
la profundidad de sus ojos
pude
ver dos cuerpos confundidos
en
un apasionado abrazo,
y
delante de ellos un camino apacible
que
conducía a una ciudad
en
próspera edificación.
La
imagen del atardecer
quedó
grabada en mi memoria al sentir,
por
primera vez, que no estaba solo
en
la contemplación del ocaso,
y
el carmesí del arrebol
fue
una impronta sanguínea
de
los cuerpos resucitados
tras
su agonía en la batalla.
La
dulce presencia angelical levantó mi mirada
para
observar orgulloso el horizonte,
y
ahora el tiempo es mi aliado
que
descansa despreocupado,
en
una actitud lúdica,
en
mi jardín.
Pues
si el Coronel,
que
no tenía quien le escribiera,
esperaba
sempiternamente aquélla carta,
yo
escenifico en el papel
las
imágenes de mi memoria,
que
sé con seguridad
pronto
podré acariciar.
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