sábado, 8 de septiembre de 2012

Génesis



                              A Viviana Vigouroux

A la orilla del camino, agonizante,
me encuentro tendido,
con deshidratación por la infructuosa travesía
por el páramo de la desesperanza.

Mi voluntad se deshace hasta el polvo
con el paso de la artillería
de los verdugos del sinsentido,
que arremetieron en contra de mi integridad.

Las horas de soledad en el inhóspito calabozo
-exilio de la soledad sensata-
magullan las yemas de mis dedos
hasta la insensibilidad,
y no distinguen la piel tersa de una mujer.

Entonces, una cascada de agua cristalina
se filtra por los jirones del destino
para encarnar la dulzura con forma de grácil bailarina.
Su memoria acongojada sintetiza las bofetadas
de la vida ingrata sobre su tez pálida.

Ella ha sabido purificar
con su mirada comprensiva,
capaz de levantar al caído,
y sus caricias son inyecciones de vida
que hacen brotar un plácido cosquilleo,
el cual copula con la serenidad
de una reconfortante siesta sobre nubes
luego de una agotadora jornada laboral.

Mas su suave voz emite vocablos
sensualmente modulados,
y mi mente evoca paraísos
al punto de entrar en una trance hipnótico
de belleza sublime.

Sus labios emiten edificantes palabras
que naturalmente cincelan esculturas griegas
a partir de la tierra húmeda
ignorada por prosaicos hombres;
elixir de juventud
que limpia mis ojos cansados,
y hace circular vigorosos flujos
de sangre en mis venas.

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