miércoles, 3 de octubre de 2012

Ocasos cíclicos



El hombre se despierta al alba.
Lava su cara frente al espejo,
se viste con ropa planchada ayer,
da un beso a su mujer dormida bajo las sábanas,
saluda a su vecino al otro lado del ante jardín.

Al llegar al trabajo se encuentra con su jefe;
lo hace pasar a su oficina:
“Siéntese, hombre, va a escuchar palabras ásperas”.
Lo felicita por sus impecables diez años en la empresa.
Lamentablemente, es época de vacas flacas;
hay reducción de personal,
su desahucio está en este sobre.

Camina triste por veredas aglomeradas de gente,
entra a un bar en penumbra,
se encuentra con un amigo de juventud.
Se abrazan.
“Años que no nos veíamos”.
Le invita un trago y le da su más sentido pésame,
el hombre lo mira interrogado.
“Tu mujer ha muerto,
el barrio en que vives fue expropiado,
tu vecino se ha mudado”.

En una esquina del baño se sienta a llorar;
las nubes se juntan ahogando la luz.

En medio de la calle mira su reloj:
las manecillas se han detenido,
los vehículos están suspendidos en el aire,
los transeúntes congelados a medio caminar,
el silencio gobierna la ciudad,
el sol desciende lentamente barnizando el horizonte de carmesí.

El hombre se recuesta sobre el pavimento.
“No hay razón por qué vivir”, piensa.
Cierra sus ojos inundándose de oscuridad,
no espera nada del día por venir.

El hombre se despierta al alba.
Lava su cara frente al espejo,
se viste con ropa planchada ayer,
da un beso a su mujer dormida bajo las sábanas,
saluda a su vecino al otro lado del ante jardín.

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