Un
economista definía en un noticiero
su
autodenominado concepto:
“el
síndrome de Isidora”.
Para
quienes conocen o viven
en
Santiago de Chile,
es
fácil relacionarlo con la avenida
Isidora
Goyenechea.
(Sin
embargo, para muchos santiaguinos
esta
avenida no les dice nada,
y
no deben sentir vergüenza por ello).
El
síndrome de Isidora afecta a quienes
creen
que todo Santiago,
e
incluso rodo Chile,
es
una prolongación muy similar
al
paisaje de esta avenida.
Por
cierto, el paisaje aludido
es
el exclusivo barrio El Golf,
centro
neurálgico financiero
y
de negocios de Santiago,
al
punto que se ha llamado a
este
barrio “Sanhatan”.
Si
uno camina por Isidora Goyenechea
aprecia
costosos y elegantes restoranes,
pubs,
cafés, amén de lujosas boutiques
y
renombrados bancos,
muchas
de estas instituciones
de
prestigiosas cadenas extranjeras,
y
el paisaje se completa con elevados
edificios
de sofisticada arquitectura,
donde
pasean pudientes y refinados ejecutivos,
quienes
conversan un vino de exportación
y
juegan con sus teléfonos inteligentes.
Evidentemente,
en un país tan
escandalosamente
desigual en lo social
y
económico, pensar
que
esta larga u angosta faja de tierra
es
una prolongación de la avenida
Isidora
Goyenechea
es
una enajenación tan absurda
como
delirante.
Sin
embargo, los oscuros y ominosos
señores
que me amedrentan
e
intentan confundirme,
así
lo creen,
o
al menos consideran que
en
eso consiste la felicidad.
En
efecto, yo vivo en el barrio El Golf;
el
edificio que habito colinda con
el
Hotel Ritz Carlton de Santiago de Chile.
Mas
mi figura desgarbada y sencilla;
mis
atuendos poco formales y
más
semejantes al estilo hippie;
mi
piel morena y mis gestos sobrios,
no
revelan esa alcurnia ni cosmovisión
que
caracteriza a las personas que
aquí
viven o trabajan.
Si
se me juzgara por mis ideas
políticas,
religiosas y sociales,
ardería
en la hoguera de
la
Santa Inquisición.
Son
muy distintos paradigmas en conflicto,
y
para estos señores intolerantes,
a
los cuales una melodía de Víctor Jara
o
unos versos parreanos
causan
urticaria,
la
felicidad se fundamenta en
sus
elitistas valores materialistas.
Más
que imponer un paradigma,
creen
que todo ser humano que aparece
en
su campo de visión
pertenece
a éste.
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