A
Viviana Vigouroux
Tendido sobre mi lecho melancólico
en el cuarto solitario,
miro el cielo raso y creo ver
el rostro de la muerte.
Mujer pálida de cabellos oscuros,
seductora y enigmática me magnetiza
en su mirada penetrante.
El caos es el aroma pestilente que me
circunda
e impregna obstinadamente mis ropas humildes;
el vacío es mi talante que camina
parsimonioso
confiriéndole acción a cada uno de mis pasos.
Los cabellos rubios de la dulzura
inundan el ambiente,
oxigenando mi sangre,
y el Sol responde a las plegarias
regalando un cálido amanecer.
Las cascadas de agua cristalina
de tu sensual modulación de palabras tiernas
transitan plácidamente por mis sentidos;
un alivio luminoso a las tinieblas que dibuja
cariñosamente
un esperanzador horizonte.
Eres el faro que orienta a los navegantes
desesperados a la deriva de mi existencia,
en el océano de las tribulaciones.
Tu cotidianeidad delicada y armónica
otorga coordenadas a mi ser errante,
inserta un paisaje idílico a mi desarraigo.
La pradera acogedora se abre a nuestros ojos
y nos enseña el juego infantil,
que culmina en el más tierno de los abrazos.
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