miércoles, 11 de julio de 2012

Horizonte inconcluso



Entre cuatro paredes
un niño llora
desconsolado.
Su elegía es cautiva
del claustro de la palabra
muda,
y el silencio congela
el paso de las horas,
entre el deambular de imágenes
de reminiscencia,
ausentes de asidero
en la frágil conciencia.

A medida que la ensoñación
esculpe escenarios
y actores de cariz familiar,
por sus pupilas transita
un desconocido
extraviado en tierras remotas,
un sobreviviente luchando
por encontrar asilo a un maremoto
de desesperanza;
un peregrino esforzado
que asciende
de océanos ominosos
de perverso magnetismo;
un artesano que construye
los senderos fértiles
de su entusiasta destino;
una víctima
de embates anónimos,
que alevosamente socavan
los cimientos de su oxígeno;
un prisionero de laberintos
alienantes, donde la razón
adquiere rostro de verdugo.

De esta forma levanta
su mirada
por sobre los escombros
circundantes de su pasado,
que le invita a tomar su mano,
esperando cultivar desiertos
y fundar ciudades
en tierras inhóspitas,
dibujar con su sangre
la línea del horizonte
inconcluso.

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