lunes, 25 de junio de 2012

El velero en la botella



Reflejada en la mirada
taciturna
estaban las ruinas
de la ciudad vigorosa,
ahora polvo
como único testigo
del orgullo
que circulaba por las venas
de los habitantes de una
civilización resplandeciente,
hoy devastada a vestigios.

Las imponentes catedrales
que miraban al cielo,
y cuya semilla fue
el vehemente anhelo
de la voluntad del ser humano
(que posó sus pies
sobre sus hombros),
ahora desvanecida
en el murmullo sordo
que deambula por la geografía
de la desesperanza,
y sepulta en el pasado
a los fantasmas genealógicos,
que abandonaron al peregrino
interior a la orilla del sendero.

Los mismos que bajaron la mirada
cuando fue seducido por
el grito suicida de la razón,
y se internó en un laberinto
sin principio ni fin.

Un anciano olvidado
en medio de la lluvia
de una avenida anónima.
El hijo pródigo que
a su regreso encuentra
su hogar saqueado
y a su padre agónico.
Un sacerdote que
en su lecho de muerte
rechaza la extremaunción
y no cree en la vida eterna.

Sin embargo, el ansiado
amanecer se vistió de mujer,
y a su paso el páramo
floreció exuberante.

Milagro de la naturaleza,
instante de coincidencia cósmica
de cuerpos celestiales,
tu sonrisa serena
calma el dolor de los enfermos,
y levanta a los caídos
tras la batalla,
pues la huella de polvo
de la ciudad añorada
se petrificó en los anaqueles
de la memoria anacrónica,
y la arquitectura devastada
se protegió del sol y las multitudes,
como piezas inanimadas
en una botella,
a la espera de tus suaves
y delicados dedos,
que escogieron los hilos
de cariño
que levantaron
en su interior
un velero desafiante
a las vicisitudes,
que noche tras noche
pule su proa,
para pronto zarpar
del puerto de la inercia existencial,
y juntos internarnos
en un océano de caricias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario