Inicios
de la década de los 90,
llegada
de la democracia
a
Chile,
con
sus cánticos entusiastas
de
alegría.
En
una oscura sala
de
clases
de
un colegio católico,
un
profesor contrasta en sus
palabras
con
la efervescencia
de
la época.
Experimentando
dolor
en
cada palabra,
y
con gestos de desencanto,
analiza
la novela
“El
viejo y el mar”,
clásico
de Hemingway.
Una
metáfora del fracaso vital,
explica.
Santiago,
el anciano pescador,
cifra
todas sus expectativas
de
realización personal
en
la captura del
majestuoso
pez.
Aquel
enrome ser acuático es
la
cristalización simbólica
de
todos los anhelos humanos,
de
vencer los obstáculos para alcanzar
la
felicidad,
el
trofeo más preciado,
la
victoria más deseada.
El
profesor se muestra
cansado
y
su mirada es lánguida.
Sostiene
que en la vida
de
cada hombre hay un Norte,
una
meta o logro
que
lo hará reposar satisfecho
de
conseguirlo, pero que,
generalmente,
no
se alcanza.
Pobre
maestro,
quiso
en vida ser un gran poeta,
mientras
sus alumnos,
a
sus espaldas, ironizaban
sobre
el horror de sus versos
impresos
en una modesta autoedición.
Jean-
Paul Sartre dijo
que
estamos condenados a nuestra libertad,
de
lo cual se deduce que
es
uno y sólo uno
el
responsable de sus actos.
Tal
vez yo siga siendo
infantil
-como
me atacan mis demonios-
y
por eso atribuya a terceras personas
la
sensación de vacío
de
mis frustraciones,
el
sabor amargo
del
fracaso.
Veo
retrospectivamente mi vida
como
una representación escénica
del
mito de Sísifo;
caída
tras caída
-lo
importante no es
cuántas
veces te caigas,
sino
cuántas te levantes-
para
volver a intentar cruzar
la
piedra por sobre
la
colina,
destinado
a repetir la acción
hasta
el infinito.
Como
una pesadilla,
como
una maldición o
cruel
juego de los dioses,
todo
ello envuelto en un áurea
de
fragilidad y tristeza.
Tal
vez no he perdido
la
esperanza,
pero
siento que los deseos
de
vivir
se
me escurrieron
entre
los dedos.
Sobre
el maestro,
me
lo encontré más canoso
en
una estación del metro,
cuando
yo tenía 33 años.
Evidentemente,
no
se acordaba de mí,
pero
yo no olvido el dolor
en
sus ojos
al
agradecer que yo aún
me
acordara de su profesor.
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