domingo, 10 de junio de 2012

El trapecio del ángel


                       A Viviana Vigouroux

En estas horas
de ocio que mitigo
en la biblioteca
de la Universidad,
evoco una película
de Wim Wenders,
aquella de los ángeles solitarios
que pululan por las calles
de Berlín escuchando
las voces de la conciencia
de los habitantes
sin ser vistos,
y en la historia principal
uno de esos ángeles
se enamora
de una trapecista de un circo,
y desciende
a los dominios terrenales
por amor.

Viviana,
tus sollozos hondos
de tristeza
rompen la calma
de mi refugio de las letras,
como un relámpago
a una playa serena
y melancólica.

Los arbitrarios designios
de tu madre
son palabras de furia
que calan profundo
en tu sensibilidad
de cisne delicado,
pues eres un ave
de movimientos gráciles
que ve mancillado su plumaje
ante los abusos de poder
de tu progenitora.

No eres culpable,
no eres una carga,
que saque sudor del esfuerzo
de alimentarte a ti y a tu hija.
Eres el soplo de la naturaleza
armónica,
que sacude suavemente
las hojas del otoño,
e inspira a los poetas
congraciados
con la contemplación
de tu efigie.

Por entre los pasillos
del conocimiento
me sorprendo al enterarme
que mis reflexiones solitarias
son reconocidas por los docentes,
y no me cabe duda que
eres la semilla
que florece en la creación
de teorías y argumentos
en mi currículum académico.

Si hace escaso tiempo era
como la trapecista del filme
que se desalentaba
en su columpiarse sobre el vacío,
ahora soy el ángel enamorado
que teme la crueldad
de los hombres,
encumbrado en las alturas
al arraigo de una soga,
y tú la bailarina
que me sostiene con la cuerda,
que me vincula
entre la superficie de cariño
y las alturas del trapecio.

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