viernes, 1 de junio de 2012

El árbol tras el Holocausto



A la orilla del camino
se desplomaron,
los cuerpos lúdicos sin sombra.
La mirada arrogante
hacia el cielo,
que no se intimida
en la embestida del sol.
Las praderas eternamente estivales,
donde el ocaso era
una amenaza intrascendente.
Las rondas infantiles
en torno de un reloj mudo.

El miedo a tropezar
con el abismo había sido desterrado.
El futuro era una moneda de cambio
en desuso.
Las arrugas en el rostro,
una máscara de ilusión
que arrancaba risas.

Entonces el Presente
fue un portazo
a los horizontes mentales.
Cada amanecer fue
una ansiedad de un vapor
inasible a las manos.

Un hijo que abandona el hogar;
cartas desde el frente de un soldado
a su novia,
a instantes de caer en la batalla;
la ciudad natal en la frágil
memoria del inmigrante;
o el vestigio en ruinas
de una civilización
pulverizada por una
sangrienta conquista.

¡Nada detiene la marea
de las horas azotando
nuestras siluetas desnudas!

Las raíces de nuestro abrazo
crecerán mientras el sol
se oculta.
Alrededor de nuestras miradas
sinceras, la entrega tejerá
un invernadero
armónico,
amparo a los susurros
ajenos.

Un árbol vigoroso enclavado
en el páramo de los años
del olvido,
la memoria de una caricia
que no envejece.

No hay comentarios:

Publicar un comentario