Naciste
con una cruz
sobre
tus hombros,
y
el susurro de un lamento
te
acompaña día y noche.
(En
tus ojos, un prisionero
encadenado,
con
grilletes en sus manos y pies,
es
torturado sin piedad).
Fuiste
echado al mundo
con
la promesa solemne
del
derecho a disfrutar con libertad
los
frutos de la Tierra,
y
ser juzgado sin
un
testigo parcial.
Sin
embargo,
en
conversaciones de pasillo,
se
te enrostra en tu ausencia
ser
una marioneta
gobernada
por el sarcasmo a la razón,
y
que las yemas de tus dedos
no
distinguen
entre
el filo de un puñal
y
la delicada piel de una mujer.
Entonces
las puertas que conducen
a
los banquetes de honor
y
las conversaciones cotidianas,
permanecen
cerradas a tu paso,
y
el único saludo protocolar
que
te brindan
es
una sonrisa de burla.
Un
itinerario en soledad
es
tu condena
por
alzar la voz,
cuando
el sentido común
ordenaba
guardar silencio.
Y
no encontrarás asilo
en
la embajada de la caridad
que
no existe,
-desengáñate
-,
es
sólo el atuendo
del
fariseo
que
ostenta entre sus vecinos
por
las mañanas dominicales.
No
ha sido contemplado
por
los hombres
un
lugar donde puedas
cultivar
tus raíces.
Apátrida
en
medio de la multitud
anónima,
perderás
el rumbo
de
tus pasos.
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