martes, 8 de mayo de 2012

Apátrida



Naciste con una cruz
sobre tus hombros,
y el susurro de un lamento
te acompaña día y noche.
(En tus ojos, un prisionero
encadenado,
con grilletes en sus manos y pies,
es torturado sin piedad).

Fuiste echado al mundo
con la promesa solemne
del derecho a disfrutar con libertad
los frutos de la Tierra,
y ser juzgado sin
un testigo parcial.

Sin embargo,
en conversaciones de pasillo,
se te enrostra en tu ausencia
ser una marioneta
gobernada por el sarcasmo a la razón,
y que las yemas de tus dedos
no distinguen
entre el filo de un puñal
y la delicada piel de una mujer.

Entonces las puertas que conducen
a los banquetes de honor
y las conversaciones cotidianas,
permanecen cerradas a tu paso,
y el único saludo protocolar
que te brindan
es una sonrisa de burla.

Un itinerario en soledad
es tu condena
por alzar la voz,
cuando el sentido común
ordenaba guardar silencio.

Y no encontrarás asilo
en la embajada de la caridad
que no existe,
-desengáñate -,
es sólo el atuendo
del fariseo
que ostenta entre sus vecinos
por las mañanas dominicales.

No ha sido contemplado
por los hombres
un lugar donde puedas
cultivar tus raíces.

Apátrida
en medio de la multitud
anónima,
perderás el rumbo
de tus pasos.

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