Afuera
una guerra civil estalla
inundando
de sangre las avenidas;
afuera
experimentos genéticos
deforman
la naturaleza
de
un recién nacido;
afuera
un criminal despiadado
confecciona
un traje ilustre,
y
es recibido con honores
en
la casa de Gobierno;
afuera
una madre insidiosa
priva
de alimento a su hijo,
para
aumentar la caridad piadosa
que
utiliza en descomedidos
banquetes.
Mientras,
en el interior
de
un invernadero social,
el
árbol es abstraído
de
la alteración del clima
de
su entorno,
y
su prolijo cuidado
hipnotiza
sus pupilas
con
juegos de artificio
que
carecen de origen.
Prohibido
alimentarlo
con
las noticias contingentes
(pueden
torcer sus raíces).
Prohibido
enseñarle
las
diversas caras de un suceso,
déjenlo
que concentre su mirada
en
nuestra única perspectiva
(no
vaya a ser que extienda
sus
ramas
a
territorios sacrílegos).
Prohibido
distraerlo
del
ritual de su monólogo mudo
(ni
en broma se siente a conversar
con
los artesanos del vacío).
Permaneceremos
serenos
mientras
se nutra de la risa insubstancial
y
el aplauso a la inercia,
que
su follaje sea el adorno a
la arquitectura de nuestros
cimientos,
y
su voz sea una plegaria
incomprensible,
que
lo condene
al
ostracismo de resolver
acertijos
absurdos.
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