A Viviana Vigouroux
Entonces
nos quedamos solos,
tú
y yo, mi amor.
Ya
no quedan sobrevivientes
en
este mundo devastado
por
la carencia de
amor.
Sólo
quedamos nosotros.
Océanos
que se han secado,
como
la generosidad
en
esta tierra de codicia e
individualismo.
Los
continentes
erosionados
son
en absoluto
fértiles
a
la semilla del hombre,
yermos
tórridos
por
el paso irrefrenable de los mares
ígneos,
como
la ira de la intolerancia
humana,
y
hasta los terrenos secanos
ya
no florecen
ante
la ausencia de precipitaciones, de
caricias
redentoras,
de
húmeda suavidad
que
enternece el alma.
No
hay Dios
a
quien rendirle cuentas.
Los
estremecimientos volcánicos
son
obra y responsabilidad exclusiva del
ser
humano,
que
con su apetito de
poder
sembró
la barbarie en
la
Naturaleza.
Y
los remezones telúricos
se
incrementaron día a día,
apocalipsis
que no fue profetizado por
escritura
sagrada alguna,
fue
nada más
el
caos y la debacle
que
el mismo hombre materialista
y
frívolo
edificó
en sus ansias de
resucitar
la
Babel moderna.
Entonces
quedamos nosotros,
mi
amor,
“los
hijos más terribles de la Historia”.
¿Recuerdas
que te dediqué
esa
canción,
aquella
que incluye estas palabras,
cuando
recién empezaba a
envalentonarme
y
decirte que me gustabas?
Fue
un casete de
los
chilenos “Congreso”
que
te entregué en tus manos,
tal
vez un presagio de nuestro amor
a
la antigua,
sencillo
y en el cual dialogábamos
con
el corazón
en
la mano.
Anais,
tu pequeña Anais,
en
ese momento,
garabateó
con rayas
en
muchos colores
la
casita del casete, que fue
uno
de mis primeros regalos
espirituales,
aquel
brindar por la palabra
que
he repetido por años
mas
ha sido tan
escaso
en
el último tiempo.
Vivi, ¿qué hubiera sido
de
mí
sin
tu compañía y afecto,
sin
las travesuras efusivas de tu hija,
sin
tu apoyo moral y
presente
en
difíciles desafíos que he afrontado
de
hace un tiempo a ahora?
No
fui mentiroso al decirte
que
siento que has sido tú
la
única persona que me ha querido.
Pero
los caminos al Cielo son
tortuosos
y
a veces yerro el sendero.
Bien
lo sabes,
exploté
de impaciencia
esa
noche
y
te recriminé de mala forma
malestares
más
míos que tuyos.
Me
es arduo y penoso
pensar
que
ya no podré verte seguido
como
antes,
y
aunque ahora seamos
sólo
amigos, y no
amantes,
tu
compañía es un alimento
sin
el cual pocas posibilidades
de
una vida feliz
poseo.
Por
tu forma de amar,
por
tus caricias al alma,
por
tu respaldo y sostén comprometido
de
tristezas y debilidades,
gracias
infinitas.
En
este
Día
de los Enamorados
te
recuerdo
que,
aunque ya no sea lo mismo,
te
sigo queriendo.
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