lunes, 14 de mayo de 2012

En el fin de los tiempos



A Viviana Vigouroux

Entonces nos quedamos solos,
tú y yo, mi amor.
Ya no quedan sobrevivientes
en este mundo devastado
por la carencia de
amor.
Sólo quedamos nosotros.

Océanos que se han secado,
como la generosidad
en esta tierra de codicia e
individualismo.

Los continentes
erosionados
son en absoluto
fértiles
a la semilla del hombre,
yermos tórridos
por el paso irrefrenable de los mares
ígneos,
como la ira de la intolerancia
humana,
y hasta los terrenos secanos
ya no florecen
ante la ausencia de precipitaciones, de
caricias redentoras,
de húmeda suavidad
que enternece el alma.

No hay Dios
a quien rendirle cuentas.
Los estremecimientos volcánicos
son obra y responsabilidad exclusiva del
ser humano,
que con su apetito de
poder
sembró la barbarie en
la Naturaleza.

Y los remezones telúricos
se incrementaron día a día,
apocalipsis que no fue profetizado por
escritura sagrada alguna,
fue nada más
el caos y la debacle
que el mismo hombre materialista
y frívolo
edificó en sus ansias de
resucitar
la Babel moderna.

Entonces quedamos nosotros,
mi amor,
“los hijos más terribles de la Historia”.

¿Recuerdas que te dediqué
esa canción,
aquella que incluye estas palabras,
cuando recién empezaba a
envalentonarme
y decirte que me gustabas?

Fue un casete de
los chilenos “Congreso”
que te entregué en tus manos,
tal vez un presagio de nuestro amor
a la antigua,
sencillo y en el cual dialogábamos
con el corazón
en la mano.

Anais, tu pequeña Anais,
en ese momento,
garabateó con rayas
en muchos colores
la casita del casete, que fue
uno de mis primeros regalos
espirituales,
aquel brindar por la palabra
que he repetido por años
mas ha sido tan
escaso
en el último tiempo.

Vivi, ¿qué hubiera sido
de mí
sin tu compañía y afecto,
sin las travesuras efusivas de tu hija,
sin tu apoyo moral y
presente
en difíciles desafíos que he afrontado
de hace un tiempo a ahora?

No fui mentiroso al decirte
que siento que has sido tú
la única persona que me ha querido.

Pero los caminos al Cielo son
tortuosos
y a veces yerro el sendero.
Bien lo sabes,
exploté de impaciencia
esa noche
y te recriminé de mala forma
malestares
más míos que tuyos.

Me es arduo y penoso
pensar
que ya no podré verte seguido
como antes,
y aunque ahora seamos
sólo amigos, y no
amantes,
tu compañía es un alimento
sin el cual pocas posibilidades
de una vida feliz
poseo.

Por tu forma de amar,
por tus caricias al alma,
por tu respaldo y sostén comprometido
de tristezas y debilidades,
gracias infinitas.

En este
Día de los Enamorados
te recuerdo
que, aunque ya no sea lo mismo,
te sigo queriendo.

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