miércoles, 9 de mayo de 2012

Probabilidades reducidas



Recuerdo mis primeros años
de estudio en la Universidad.
De más está decir que era
un espantapájaros enjuto
y desgarbado,
con ojos sempiternamente tristes.

El punto es que,
dada mi nula capacidad escolar
en matemáticas,
ingresé a estudiar Periodismo,
creyendo que las benditas humanidades
me salvarían
de la zozobra a la tempestad
del rigor académico.

De las humanidades no me arrepiento
hasta el día de hoy,
pero jamás sospeché
que en primer año debía cursar,
obligatoriamente,
la asignatura de Estadística.

Como es de suponer
(y siendo bien chileno para mis cosas),
di bote redondito
y terminé
a medio morir saltando.

Reprobé el primer semestre
y lo repetí al segundo,
y de no ser por un amigo,
que tenía más años de circo en la materia
(inversamente proporcionales a sus virtudes
humanas),
habría arriesgado la matrícula
rindiendo por tercera vez el ramo.

Pese a que,
como también es de suponer,
la materia la olvidé,
aún recuerdo un área de conocimiento
de esta ciencia exacta,
al menos en el panorama general:
las leyes de probabilidades.

Resumiendo,
uno o más elementos,
sumado a sus combinaciones y
a factores presentes en el juego,
calculadas con precisión
mediante intrincadas fórmulas,
pueden desarrollarse o generar
distintos escenarios o resultados
posibles.

Ahora,
el pábulo de mis reflexiones
esta cálida noche de verano es,
sin duda,
¿hasta dónde es aplicable esta ley
de probabilidades
al hombre y la vida misma?

¿No es por eso,
acaso,
que muchos despreciamos las ciencias
exactas
por ser mero y exclusivo
raciocinio intelectual abstracto y
completamente arbitrario de lo
humano?

Pero sigamos,
por favor,
la lógica de estas probabilidades
en un ser humano,
sólo con fines instrumentales- prácticos.

Consideren que soy una mera cifra,
un guarismo aislado
de sentimientos y sensaciones,
sin voluntad ni discernimiento
alguno.

¿Cuáles son,
entonces,
mis probabilidades
de tener éxito en mi trabajo,
de encontrar el amor verdadero,
de reconocerme a mí mismo
(con el rostro desnudo)
y sin complejos de culpa,
de sanar los traumas del pasado,
de ser libre,
correr, reír, criar hijos,
y amar a una mujer?

Como en toda disciplina que
emplea el método científico,
siempre existe la posibilidad de invalidar
el análisis,
debido a la presencia de sesgos.

Pero no me refiero a prejuicios
del investigador,
ni sesgos epistemológicos.

Me refiero a cuando el
hombre- científico
juega a ser Dios
y establece limitaciones,
cauces artificiales o cursos predeterminados
de acción,
un relato subyacente a interpretar
por el objeto de estudio,
ante cuya desobediencia se le amenaza
con las penas del Infierno.

En ese diseño de la investigación
es evidente que yo,
un mero guarismo en este
mundo de hombres crueles,
no tengo los horizontes
abiertos,
que brinden el estudio
las probabilidades de conseguir
mis fines.

Intento cruzar océanos y desiertos,
mas siquiera puedo ver
los muros que me contienen
en mi claustro.

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