sábado, 12 de mayo de 2012

Caricias redentoras



Un soldado disidente
que olvida su juramento de lealtad,
y organiza una insurrección
para derrocar a su general.
Un hijo que maldice
los esmeros paternales,
y abandona su hogar
en busca de mejor porvenir,
sin dar señales a sus progenitores.
Un hombre que acaricia el cuerpo
de otra mujer,
relegando a su esposa
al sufrimiento de la ausencia
y al dolor de la infidelidad.

Caudal de sangre
que recorre las avenidas
de nuestras emociones,
y cuya vertiente es una estocada
que no permanece indeleble,
pues el destino se encarga
de oscurecer los cielos
y desatar una tormenta,
sin sosiego,
 en la conciencia,
dejando el rastro
de las cicatrices
del remordimiento,
que día a día nos laceran
con su presencia
en nuestra memoria.

Sin embargo,
tus delicadas manos
prodigaron suaves caricias,
que sanaron milagrosamente
mis heridas.
Desprendido cariño redentor
que liberó las culpas
que cautivaron mi conciencia,
y me lanzaron desnudo
al valle de la inocencia,
como un baño purificador
que lavó las manchas
que dejaron mis pasos en falso,
y levantó mi mirada culpable
a la contemplación serena
del horizonte.

Mientras algunas personas
levantan fortalezas
de orgullo inexpugnables,
o lanzan sin criterio saetas
de rencor acumulado,
como líquido carmesí en los ojos,
tú extiendes tus brazos
en una postura humilde y acogedora,
como un pueblo solidario
que lanza pétalos de rosas
al paso del peregrino,
cansado de su agotadora travesía,
manteniendo tu mirada
dulce y transparente,
que no deja espacio
a la oscuridad de intrigas
ni confabulaciones,
y entregas con sinceridad
tu indulgencia,
otra de tus infinitas virtudes
que coronan tu hermosa
y resplandeciente figura.

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