sábado, 5 de mayo de 2012

El péndulo estático



El hombre se sienta frente a la ventana
a esperar el atardecer,
mientras el sol congela su movimiento
tiñendo el horizonte de una luz regular.

Sobre sus pies un diario de hoy
que se niega a leer;
a lo lejos un niño que corre a los brazos de su madre
y desiste con rostro desganado.

Su memoria viaja por hazañas heroicas
que ahora son meras costumbres de hábitos.

Un matrimonio se besa efusivo y,
luego de tenderse en la cama,
fuman distanciados en cada esquina.

Una mujer da a luz
y el padre calcula, impertérrito,
los costos de la crianza del recién nacido.

El amanecer es un trámite que se acumula al tedio de la rutina.

Entre la pradera y el desierto
el hombre se recuesta
a observar el movimiento del péndulo,
y constata que el vaivén cesó
homologando los estados de ánimo.

El tiempo es una mecedora que no hace crujir
la madera sobre la cual se balancea;
el asombro abandonó a Hércules,
que ejecuta con hastío y monotonía
sus doce trabajos.

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