sábado, 19 de mayo de 2012

Femme distinguée



                                   A Viviana Vigouroux

Disfruto del sencillo placer
de observarte,
de registrar en mi memoria
tus sutiles actos cotidianos,
tus gestos faciales,
tus posturas, tu mirada.

Como un mosaico
de la memoria,
he construido uno a uno
los jirones de mis recuerdos,
hasta formar tu imagen
de mujer distinguida
en mi retina,
y el goce aumenta
cada vez que corroboro
mi memoria
con tus delicados
actos del día a día.

Me gusta el complemento
de tus movimientos,
menudos e infantiles,
al cortar suavemente el pan
y posarlo sobre la tostadora,
que se suma al caminar enhiesto
y elegante
de tu pequeña figura.

Son momentos en los que siento
deseos de abrazarte efusivamente
y besarte con ternura y frenesí,
escuchando como música incidental
tu graciosa y fresca carcajada.

Agradezco al cielo contemplar
las muecas de tu cara transparente,
al estirar tus labios en demanda
reivindicatoria
de lo que por derecho es tuyo:
mis besos
que ansían llevarte
a descansar sobre
una hamaca de nubes,
o cuando contraes tu nariz
y estiras tus labios
en señal de desagrado,
cuando te relato
mis experiencias fallidas
en la sensualidad machista
de los burdeles que he visitado.

Gesto que me cerciora tu cariño
como un escudo protector
al amor sucio
donde el dinero histrionisa
en la simulación de las caricias.

Viviana, flor en el desierto,
cada vez me siento más dichoso
cuando caminamos
tomados de la mano
y tú calzas zapatos de taco alto.
Tus pasos tienen la distinción
puntiaguda del estilo femenino,
delicado y sensual,
y sobre esas agujas
se sostiene una mujer pequeña
que esconde un poder
de seducción sin límite,
que deja asomar
en su equilibrio elegante.

Siento que tus ademanes
son propios
de una mujer gala,
que alterna
la sensualidad distinguida
con la asertiva
precisión de sus palabras,
cual Juliette Binoche
que camina sola
por las calles de París,
atormentada por la sinfonía
de su marido fallecido,
envuelta en un áurea
de tristeza y atractivo
que magnetiza
a todos quienes la ven.

Y siento que eres la Maga de Rayuela
cuidando su descendencia,
mientras alterna su tiempo
con la bohemia parisina,
y yo aspiro a poseer
el peso intelectual de Oliveira.

En Santiago, París o Tokio
nuestras figuras se funden
en un abrazo natural
que no puede separar el hombre.

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