Un decreto
supremo ha ordenado
un acucioso
examen en la sociedad,
al alero del
paupérrimo resultado
de la cosecha
del último período.
La semilla ha
alzado
su adalid
proselitista
en la conciencia
colectiva,
esparciendo
el rostro del desencanto
en los
sucesivos amaneceres.
Acudid a los
registros fehacientes
de la
distorsión ominosa de las pupilas,
a la
fotografía nítida
del horizonte
en lánguido espiral,
al semblante
horrorizado
de la
doncella asomada
al reflejo
del manantial,
a las manos
leprosas
del obrero
abatido.
Las faenas de
reconstrucción
auguran una
esperanzadora y loable labor,
sus
estandartes de aguda revolución
lucen
orgullosos.
Ánimo
vehemente
de alterar
cromáticamente
las
pinceladas del crepúsculo,
mientras los
coloquios subterráneos
se desvanecen
con melodía de suspiro.
El espejo en
las entrañas
es una mueca
de terror
amplificada
por la soledad,
y la figura
humana
se encoge
paulatinamente
en compañía
del tiempo
que simula
una sombra
a sus pasos.
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