domingo, 20 de mayo de 2012

Angustia en el trapecio



Una pisada endeble lo transporta
a laberintos de un pasado,
que se encarna en la figura
del Inquisidor,
donde el honorable proyectaba
una sombra delictiva,
y no era posible distinguir
cuál de las dos siluetas
amenazaba apuñalarlo
por la espalda.

Y aquellas elogiosas
palabras de bienvenida
se sumaban a efusivas
palmadas en la espalda,
que no eran más que
el señuelo a beber dulce néctar
que ocultaba cicuta.

Otro pie frágil
sobre la tensa cuerda,
y el abismo del presente
se disfraza de cautivante ninfa,
que lo seduce a caer
con estrépito.

El trapecista siente
su cuerpo cansado
de la conspiradora memoria,
y baja su cabeza abatido.

Entonces su mirada
se torna serena,
mientras su cuerpo
se suspende en optimismo
pulverizando el miedo al vacío.

La delicada y acogedora
figura de la bailarina
lo envuelve
en una ensoñación
placentera,
al regalarle una sonrisa,
suave caricia
que inunda de vida
los adormecidos huesos
de un enfermo
en su lecho de muerte.

Faro inagotable
que guía los desesperanzados
destinos de los marineros
extraviados
en el océano
del escepticismo,
obstruidos por la soledad
de la niebla.

Cariño que teje una red
de solidaridad,
capaz de batir
las trampas
que la gravedad tiende
a los habitantes
de las alturas.

Manantial de humanidad
que alivia el martirio
del peregrino,
que finaliza su travesía
por el desierto
del pasado.

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