lunes, 30 de abril de 2012

Entorno desdibujado



Una orden imperial dictó:
arrancar las raíces
de los árboles del patio;
tapiar las ventanas
que amenizaban el horizonte
de enfermos en salas de hospital;
barnizar con vapor los círculos
del observador de los binoculares;
confundir al juglar
que memorizaba los acontecimientos
de ciudad en ciudad.

Entonces el hombre miró
confundido
su entorno con ojos tristes
de niño.

Lanzó plegarias
por sobre los muros
de su cautiverio.

Dibujó en el suelo
cada uno de los episodios
de su vida.

Gritó desesperado
en un rincón
el dolor sufrido
por el flagelo del silencio.

Domesticó a la razón
para traspasar sus límites
y construir utopías.

Un ave sobre su cabeza cruzó el cielo
y por un momento imaginó poseer su mirada.

Sobre sus rodillas dobladas
apoyó su cabeza
desconsolado,
pues las praderas de su infancia
tendrían otra forma y color;
la casa que lo vio nacer
habría sido remodelada,
y los rostros familiares
habrán cambiado su fisonomía.

El reloj que gobierna
sus pensamientos
languidece
en su movimiento circular,
y los ángulos y espacios,
a sus pupilas
desproporcionados,
son sólo elegías que registra
en vísceras verbales
que manchan un papel.

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