A Viviana Vigouroux
Una calle insidiosamente apacible donde
pululan mujeres,
hombres que pasean mastines.
Ancianas impregnadas en naftalina y susurros,
vigilan los movimientos del barrio,
hacen con sorna el aseo.
Un quiltro maloliente olfatea el pedigree de
las hembras marcando el territorio
con orina.
Banderas penden
de los mástiles
al orgullo de
neoliberales y
las imágenes en
los televisores
muestran al
Tirano.
Los soldados alimentan
el morbo
al observar
ociosos a las muchachas
al son de
melodías.
Una niña de
cabellos dorados
siente los
manoseos
sobre sus curvas.
Por eso los
milicianos se aterran cuando
su cobardía se
devela.
La niña se convierte en mujer
alza su dedo medio, los encara,
sin temor les grita.
El barrio se escandaliza. Su patrioterismo
se derrumba.
La hipocresía se disuelve, el cielo
abierto a los ojos.
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