viernes, 13 de abril de 2012

La mujer auténtica



                    A Viviana Vigouroux

Hermosa doncella deshidratada
de cariño,
tus formas sinuosas y bellas
descansan
sobre un suelo frío
mientras los vagabundos
admiran con disimulo
tu esbelta silueta.

¿Qué sucedió, Viviana,
perdiste la fe
en la magia que recorre
tus venas?

Y ahora tu semblante es ausente,
extraña una sonrisa.

En este mundo de arrogancia
y oropel,
donde la apariencia
ha destronado a la verdad,
los faisanes hinchan su pecho
en malsana competencia
para alcanzar
la fantasía más brillante.

Nada es verdadero,
sólo nos resignamos
a que la sociedad sea un barroco
baile de máscaras,
pero la luz natural ilumina
tu diáfana desnudez,
dibuja suavemente
los rasgos de tu rostro.

Tus atuendos son sencillos,
tus palabras se distancian
de los discursos retóricos
y piensas
desde tu lugar en el mundo,
y no desde el podio
al cual tantos aspiran.

Y sin embargo hay una herida
que tiñe tus ojos de lágrimas,
muchacha triste.

Aquellos hombres zafios,
milicianos brutos
que mancillaron tu feminidad,
no supieron
valorar tu inconmensurable capacidad
de amar.

Cobardes ultrajadores,
no respetan
la fragilidad de la niña
que habita al interior.
Ellos no comprendieron
tu dolor.

Tenías tanto de amor
y te ofrecieron pastillas.

Y recibiste la ignominia
por los latidos de tu vientre,
porque no fuiste hipócrita en
certificar
tu amor ante notario.

Mas tu cariño aun desborda limpio y sincero,
sin dobleces, tus abrazos son
como la sombra que cobija
a quien
se arrimó al árbol.

Y yo que fui por tantos años un mendigo de cariño,
no recibí limosnas,
sino tu entrega.
¿Cómo no quererte, Viviana?


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