sábado, 7 de abril de 2012

Compañero Pavese



No poseo ni la vanagloria del pedante ni la arrogancia del erudito;
el que busque un estudio literario serio sobre el autor italiano
que recurra a la Enciclopedia Británica.

Sólo me conmueve la vida y obra del malogrado
pero entrañable Cesare Pavese.

Compañero Pavese, sufriste los rigores de la privación de libertad
por defender con las armas del periodismo la causa antifascista.
Y como si esto no hubiera sido suficiente trauma,
te refugiaste al amparo de tu hermana mientras
tus amigos partisanos morían
en su lucha contra las huestes del Duce.

Tal vez te juzgaron acremente tildándote de pusilánime.
No sé, yo no reprocho tu recogimiento intelectual
ni escarbo morbosamente en tus probables remordimientos.

Lo que me toca la zona más sensible
fue tu involuntaria soledad.

La soledad como condición de vida,
el anhelo de la compañía de una mujer,
tu tardío despertar sexual.

Circunstancias todas que condicionaron
tus bellas composiciones literarias y que,
medio siglo después, me ponen triste
y a la vez me hacen sentir más humano al leerlas.

No todos tus protagonistas son ascetas
que se abstienen de los encantos femeninos;
de hecho, reconozco que no he leído todas tus obras.
Pero en el fondo de esos mitos rurales y urbanos,
se advierte el ser solitario con el cual yo me identifico.

Mi vida en muchos aspectos se asemeja a la tuya,
salvo por la enorme estatura intelectual que tú alcanzaste
como novelista, poeta, traductor, editor
y figura internacional del compromiso con la clase obrera.

Pero en mi fuero más íntimo, yo también soy esclavo
de la angustia cuando me siento aislado de mis seres queridos,
de los cuales a veces dudo de la sinceridad de su cariño,

Exiliado de los afectos, me consume la ansiedad
cuando avanzan las horas y me encuentro solo,
sin nadie que escuche mis lamentos.

Por eso con frecuencia escribo
esta escoria verbal, que aspira,
desafiante (e ingenua), a ser literatura.

“Run Run se fue pal’ Norte yo me quedé en el Sur,
al medio hay un abismo sin música ni luz”,
cantaba la excelsa Violeta.

También tuvo un final trágico,
también por una desilusión amorosa.

Cuando yo sentía la herida
por los cristales rotos de la ilusión,
vestigios de una mujer idealizada,
leía “El hombre imaginario”, de su hermano Nicanor.

Lamento tanto que la literatura
no te haya podido salvar
del dolor de la partida de aquella actriz,
aquella de los escenarios del país
de la Industria de la Fantasía.

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