No
poseo ni la vanagloria del pedante ni la arrogancia del erudito;
el
que busque un estudio literario serio sobre el autor italiano
que
recurra a la Enciclopedia Británica.
Sólo
me conmueve la vida y obra del malogrado
pero
entrañable Cesare Pavese.
Compañero
Pavese, sufriste los rigores de la privación de libertad
por
defender con las armas del periodismo la causa antifascista.
Y
como si esto no hubiera sido suficiente trauma,
te
refugiaste al amparo de tu hermana mientras
tus
amigos partisanos morían
en
su lucha contra las huestes del Duce.
Tal
vez te juzgaron acremente tildándote de pusilánime.
No
sé, yo no reprocho tu recogimiento intelectual
ni
escarbo morbosamente en tus probables remordimientos.
Lo
que me toca la zona más sensible
fue
tu involuntaria soledad.
La
soledad como condición de vida,
el
anhelo de la compañía de una mujer,
tu
tardío despertar sexual.
Circunstancias
todas que condicionaron
tus
bellas composiciones literarias y que,
medio
siglo después, me ponen triste
y
a la vez me hacen sentir más humano al leerlas.
No
todos tus protagonistas son ascetas
que
se abstienen de los encantos femeninos;
de
hecho, reconozco que no he leído todas tus obras.
Pero
en el fondo de esos mitos rurales y urbanos,
se
advierte el ser solitario con el cual yo me identifico.
Mi
vida en muchos aspectos se asemeja a la tuya,
salvo
por la enorme estatura intelectual que tú alcanzaste
como
novelista, poeta, traductor, editor
y
figura internacional del compromiso con la clase obrera.
Pero
en mi fuero más íntimo, yo también soy esclavo
de
la angustia cuando me siento aislado de mis seres queridos,
de
los cuales a veces dudo de la sinceridad de su cariño,
Exiliado
de los afectos, me consume la ansiedad
cuando
avanzan las horas y me encuentro solo,
sin
nadie que escuche mis lamentos.
Por
eso con frecuencia escribo
esta
escoria verbal, que aspira,
desafiante
(e ingenua), a ser literatura.
“Run
Run se fue pal’ Norte yo me quedé en el Sur,
al
medio hay un abismo sin música ni luz”,
cantaba
la excelsa Violeta.
También
tuvo un final trágico,
también
por una desilusión amorosa.
Cuando
yo sentía la herida
por
los cristales rotos de la ilusión,
vestigios
de una mujer idealizada,
leía
“El hombre imaginario”, de su hermano Nicanor.
Lamento
tanto que la literatura
no
te haya podido salvar
del
dolor de la partida de aquella actriz,
aquella
de los escenarios del país
de
la Industria de la Fantasía.
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