martes, 10 de abril de 2012

Grito en sordina de un ahorcado


Anhelantes de vaciar las tripas
más recónditas
en el oropel
de la campiña inglesa.
Ejército de viseras que arremete
con su propia sangre
en contra de la Venus de Botticelli.
Sedición de gárgolas beligerantes
dispuestas a aniquilar
a las sacras figuras
angelicales
que custodian a los feligreses
resignados.

Vuestra lucha por sumergirse
en los misterios de la muerte,
para barnizar el apacible
sol de mediodía
es loable y auténtica.

¿Quién no ansía que los enanos
se infiltren
en los desfiles de los soldados
de la guardia real inglesa?
Hasta Neruda deseó matar a una monja
con un golpe de oreja.

En cada una de tus palabras,
Mandrágora,
está el espíritu de libertad
que pulula
raudo
por las esquinas
del laberinto del status quo.

Sin embargo, los anónimos
escogidos
siempre detendrán
el flujo vigoroso
de los instintos más primigenios.

Un niño que detiene,
pasmado,
su danza lúdica
en un circunspecto salón,
al oír el sonido de un imponente
reloj de muro.
La policía
omnipresente
reduciendo a una turba de hombres de bien
que se disponían a tomar la justicia
por sus propias manos.
Un cazador que asesina
impune
el vuelo desembarazado
de una paloma blanca.

Siempre habrá un ominoso
celador
que escrute
hasta nuestros actos
más nimios.

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