sábado, 14 de abril de 2012

Caleidoscopio


La luz matinal es un complemento armónico
al paisaje ante mis ojos,
ordenada arquitectura que mantiene
prolija proporción.

En sus más recónditas esquinas
las calles se delinean, espontáneas y uniformes,
alrededor de las construcciones compactas,
y los transeúntes se desplazan cadenciosos,
en una danza que emite un murmullo apacible
en consonancia con el espacio aséptico.

A medida que avanzo vislumbro una esquina
que desentona con el espíritu de la urbe,
palpando en terreno la desolación en sus edificaciones
derrumbadas por el paso de la artillería,
los cadáveres ensangrentados por el suelo
con los rostros azorados,
y los vestigios de una civilización arrasados
como raíces extraídas de golpe.

Una sensación telúrica recorre mis pies,
y a la vez siento en mi paladar un sabor natural
que no me es ajeno,
como recobrar la vista
luego de un largo período en las tinieblas.

La náusea se apodera de mí
y, en un acto instintivo,
me acerco tambaleante al único objeto
que se ha mantenido incólume a la debacle:

un calidoscopio que luce enhiesto y orgulloso
al centro de los escombros,
y su reflejo nítido me hipnotiza
invitándome a mirar a través de él.

Al momento de posar mi mirada,
siento rejuvenecer hasta un esplendoroso vigor.
mientras observo toda mi historia
en celuloide hollywoodense;
mi rostro limpio cincelado
por la mano de un escultor griego;
y la ciudad originaria amparándose
en un ambiente amniótico sin frío ni calor.

En tal estado de serenidad placentera
me encuentro,
que un brusco sobresalto es el palmetazo
de un malherido sobreviviente,
quien me conmina a esforzarme por reconstruir
la devastada aldea.

¡Cuánto tiempo ha pasado
desde que estuve adormecido
de mi realidad circundante!,
pues al momento de enfrentarla
sucumbí a la seducción vicaria de espejos ilusorios,
olvidando que los aromas de las cenizas,
donde habito,
desprecian la ensoñación espuria,
que sólo provoca una desazón mayor
cada vez que me azota sin aviso
contra la aridez del mundo tangible.

La fuerza de la inercia siempre hace estallar
los espejos del calidoscopio,
donde ingenuamente pretendo
reconciliarme conmigo mismo,
a la espera de sepultar las huellas
que me acompañan mientras camino,
tal como naufragarán en su intento de crear otro refugio
estas palabras que ahora escribo.

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