Esa frase me
regalaste
mientras te
colgabas a mi cuello
en un abrazo
tierno,
como de niña
regalona
que se
acurruca
a su padre.
“Cansado,
duele guata”,
con palabras
infantiles
que despiertan
mi cariño,
al evocarte
como una niña amorosa
con la que
juego a la casita
por las tardes
en el chalet de Fidias.
Niña grande,
que a veces eres mi madre,
y con suaves
palabras absorbes
mi cariño de
infante,
y me recuerda
las reglas
de la
responsabilidad adulta.
Madre de
temple acogedor,
que en otras
ocasiones
eres mi mujer
atractiva y distinguida,
que en su ropa
sofisticada me seduce
con la natural
sensualidad
que tiene al
caminar.
Mujer audaz,
que más que una amante,
nunca dejas de
ser una compañera
que atesora
una complicidad en la vida,
y es oído
atento de todas mis historias secretas.
Ahora que me
encuentro
en la
biblioteca de la Universidad,
te recuerdo
mientras hago una pausa
al libro
de Poniatowska,
que habla de
la matanza de Tlatelolco
y de la revuelta
estudiantil del 68.
Es curioso,
evoco realidades de mexicanos,
que crecieron
como movimiento político
hasta desafiar
al Gobierno mirándolo a los ojos,
mientras por
los patios de la casa de estudios
mis compañeras
me llaman “Gonza”,
y me tratan
con la delicadeza propia
que se les
brinda a los niños inocentes.
Tal vez yo sea
tu niño tierno,
que se
esfuerza
en el espacio
del conocimiento,
para ganar el
pan que alimente
nuestra vida
de pareja,
y tú la mujer
fuerte
que me ampare
en las caricias,
reservándome a
la niña
que ocultas en
tu interior,
para ser la
interlocutora
de mis
palabras infantiles.
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